Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Al igual que sucedía en Caníbal (2013), la nueva película de Manuel Martín Cuenca comienza con una secuencia de un coche en un lugar solitario. En este caso estamos a plena luz del día y no se trata de la búsqueda de una víctima por parte de un asesino, sino de la huida de dos personajes, un adulto y una adolescente. Antes de subirse al coche, él pregunta a la joven si ha tirado su móvil. No quiere dejar pistas. Con estas breves pinceladas, el cineasta dispone sobre el tapete narrativo los escasos (aunque suficientes) elementos con los que va a construir La hija, su interesante nuevo trabajo que se presenta fuera de concurso en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, tras haber pasado previamente por Toronto.

La calma sucede a la tensión que ha marcado esa huida. Cuando la pareja llega a una solitaria casa aislada en la montaña, Javier (Javier Gutiérrez) presenta a su acompañante a su mujer Adela (Patricia López Arnaiz). El espectador descubre en ese momento su identidad y el motivo de la huida que servía como prólogo del film. Se trata de Irene (la prometedora debutante Irene Virgüez), una chica de quince años, interna en el centro de menores en el que trabaja como educador el hombre, que está embarazada. Y la razón de este encuentro es que va a pasar allí unos meses, los que restan para que dé a luz, y luego se va a marchar, dejando al bebé recién nacido con el matrimonio a cambio de recibir ella una contraprestación económica para tener un futuro mejor. Un pacto verbal y al margen de las normas que va a atar de forma fatídica el destino de los protagonistas.

Siguiendo las pautas de su estilo minimalista y de su gusto por una planificación de cadencia reflexiva, el director de La mitad de Oscar (2010) abre las puertas de un potente drama con un fuerte trasfondo temático-moral (el de la gestación subrogada) que invita al debate a propósito de los actos de sus protagonistas. Por un lado, está la obsesión por ser padres que muestra el matrimonio. Y por el otro, el egoísmo de la joven por decidir cambiar de vida dejando atrás a su bebé. Las motivaciones del matrimonio se mantienen férreas, pero ella sufre una evolución en sus sentimientos durante su, en principio, confortable cautiverio. En el fondo lo que ansía es localizar al padre de su futuro bebé, pero no tiene permiso para abandonar los solitarios alrededores del hogar, y eso genera que se produzca un desequilibrio que pone en peligro el pacto.

Y este proceso es algo que Martín Cuenca narra con paciencia, sugiriendo pistas, fijándose en los detalles, capturando los gestos y diseccionado la esencia de las palabras. Pero también aprovecha sus bellos exteriores para adelantar el cambio de las relaciones emocionales (y sobre todo de poder) establecidas dentro de la casa. En clave metafórica, utiliza las imágenes de la sierra de Jaén como elemento para señalar el comienzo de sus tres marcados actos. La huella que el paso del tiempo deja sobre la naturaleza –del luminoso verano, pasando por un otoño de tonos ocres hasta desembocar en el crudo invierno donde termina la historia– puntúa la evolución del relato y anuncia que el film tiene intención de desplegarse desde el drama hacia el thriller de suspense e incluso asomarse al territorio del terror.

El cineasta exhibe su talento a la hora de moverse entre géneros. En realidad, toda su filmografía juega en cierta manera a descolocar a ese nivel, y a pesar de que, en La hija, se puedan intuir los sucesivos movimientos que nos aguardan en el guion, Martín Cuenca mantiene un clímax constante de tensión con las herramientas justas: el trabajo de sus tres actores principales –solo aparecen tres personajes más, uno de ellos resulta clave– y su habilidad para componer atmósferas asfixiantes. Se podría recurrir a referencias a grandes autores cuyo cine se basa en el elemento claustrofóbico, de Roman Polanski al propio Alfred Hitchcock, pero lo cierto es que Martín Cuenca vuelve a exhibir una personalidad propia e inquebrantable.