Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)
De una manera lógica y natural, los distintos directores encuadrados dentro de la denominada Nueva Ola Rumana han ido situándose en terrenos particulares y encontrando una voz propia. Así, cineastas como Corneliu Porumboiu, con su acercamiento a los códigos del thriller, o Radu Jude, con su interés por la sátira sociopolítica, se han ido alejando de los preceptos de rigor realista que marcaron los inicios de esta estimulante corriente cinematográfica, cuyo punto de partida se suele datar en el estreno de Bienes y dinero (2001) de Cristi Puiu. El director concurre en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con su nuevo trabajo, MMXX, en el que vuelve a poner de manifiesto su interés por el cine de la palabra que viene defendiendo como tesis de trabajo durante sus últimas y magistrales obras.
En MMXX los diálogos son los absolutos protagonistas, como también lo eran en Malmkrog (2020), donde un grupo de nobles se reunía en una mansión en Transilvania en el siglo XIX y disertaban en torno a cuestiones trascendentales, del cuerpo, el espíritu y la política, valiéndose de la retórica y la dialéctica. En esta ocasión la acción se desarrolla en la Rumanía actual, la palabra vuelve a ser la principal herramienta de trabajo –siempre sin descuidar su certera y muy reconocible forma de poner en escena el guion–, pero los asuntos que trata son de carácter mucho más cotidiano, aunque no menos transcendentes a nivel moral y humano. El título hace referencia en números romanos al año 2020, el momento en que estalló la pandemia mundial. En este contexto de miedo, aislamiento y desconcierto generados por el COVID, las cuatro historias de carácter íntimo que despliega el film se convierten, a través de la atinada mirada de Puiu, en el retrato íntegro del momento por el que atravesó toda una sociedad. Y donde quizá aún siga instalada.
Los distintos episodios comparten protagonistas, que aparecen formando parte de cuatro tramas aparentemente independientes, pero unidas en forma de puzle por un espléndido guion. Dos de ellas están rodadas en un plano secuencia de más de media hora de duración, mientras que en las dos restantes apenas se recurre a los cortes, sino que son los propios diálogos, con su cadencia e intensidad, los que marcan el montaje y el ritmo interno de las secuencias. La soledad, el individualismo, la falta de empatía o la tendencia al egoísmo de la sociedad contemporánea son temas sobre los que Puiu reflexiona a lo largo del film, que se emparenta en su planteamiento e intenciones con la también soberbia Sieranevada (2016).
MMXX arranca en la consulta de una psicóloga en Bucarest, en un segmento marcado por un sarcástico sentido del humor, y termina en una zona rural del país, durante un funeral religioso en el que se destapa una oscura historia de prostitución y tráfico de bebés. En medio, se desarrollan dos situaciones cotidianas: una discusión familiar, con un hecho trágico como telón de fondo, y la conversación entre dos sanitarios en plena guardia por el COVID. A lo largo de todo ese arco narrativo, el director de La muerte del Sr. Lazarescu (2005) encaja relatos dentro de historias, situaciones cotidianas y momentos que parecen intrascendentes pero que, en un in crescendo narrativo, se precipitan tensionadas hacia el vacío. La planificación de Puiu y su magistral dirección de actores propician que MMXX sea una película que no desentone en ningún sentido dentro la magnífica y muy coherente trayectoria de su autor, que realiza una nueva exhibición de la depuración de su estilo y no renuncia a su irreductible personalidad.