Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En la polifacética trayectoria del portugués Gonçalo Waddington encontramos dos cortometrajes dirigidos, varios trabajos como actor de cine –incluidas Las mil y una noches (2015) de Miguel Gomes–, y una amplia labor teatral como director (adaptando a Ibsen), dramaturgo y también actor (participó en la versión portuguesa del Agamenón de Rodrigo García). Todo esto da pistas sobre los intereses artísticos de Waddington, que refrenda en su interesante, irregular e inquietante ópera prima como director, Patrick, que se presenta en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián. El film comienza con un sinuoso y demorado travelling que recorre el cuerpo del protagonista que da título al film. Tumbado sobre una camilla, en plena sesión de depilación, la cámara descubre a un joven de 20 años que vive en París junto a un hombre mayor. Se hace llamar Patrick pero hace 12 años era Mario, un niño que vivía con sus padres en Sertã (Portugal) cuando fue secuestrado por un desconocido a la salida de un entrenamiento de fútbol. 

Al inicio del film, la Policía detiene a Patrick en la capital francesa y decide que debe regresar junto a su madre, que ahora vive sola en la antigua casa familiar. La película retrata este proceso de vuelta al hogar, en el que nunca queda claro si el joven protagonista desea o no retornar junto con su secuestrador. Sobre esta ambigüedad y algunas otras, trabaja Waddington, que prefiere enunciar las preguntas y dejar que las respuestas corran por cuenta del propio espectador.

A pesar de la trascendencia de los temas que atraviesan el film –de la pederastia a la circulación por Internet de pornografía infantil–, el cineasta centra su atención en una cuestión moral: ¿es posible la redención del monstruo en el que se ha convertido Patrick? Waddington observa a los personajes que rodean la nueva vida del protagonista (madre, tía y una prima) y sabe sacar partido de las polisémicas miradas y silencios de unos actores afinados. En este sentido, cabe destacar que, para el trabajo con los intérpretes, Waddington creó un laboratorio a modo de experimento, una residencia artística en la que los actores se conocieron y pusieron en común sus personajes. Una labor de raigambre teatral que acaba permitiendo al director poner en escena, de forma matizada, la evolución de un personaje complejo, repleto de aristas.