Por Manu Yáñez
Entre la escritura metafórica y la representación literal, Self Made aborda su tema de fondo, el conflicto palestino-israeli, desde múltiples frentes: el íntimo, el político, el armado, el social (ecos de una lucha de clases)… Sin embargo, Self Made también consigue trascender, o al menos ampliar, los márgenes tradicionales que acotan la discusión sobre una contienda que parece no tener fin. La perspicaz directora israelí Shira Geffen convierte en un agente central del film una macro-tienda de muebles, llamada Etaca, que remite directamente al imaginario de Ikea. Diseminando banalidad y miseria a través de sus diferentes avatares –página web, camiones de reparto, almacén, tienda de fantasía–, el paraíso del mueble auto-montable se presenta como el implacable portavoz de la sociedad de consumo.
El primer plano de Self Made no podría ser más revelador: una perfecta composición panorámica que abarca casi todo el cuerpo tendido de una de las protagonistas. Una figura que se derrumba al romperse la cama de matrimonio que la sostiene. A ratos enigmática, Self Made no tiene problemas en hacer evidentes sus parábolas: el colapso de la cama como el eco de una fractura matrimonial. Aunque lo verdaderamente interesante es otro elemento simbólico mucho más enigmático: el extraño estado de desorientación y confusión general en el que queda atrapada Michal, una afamada video-artista decidida a no tener hijos e interpretada por Sarah Adler (vista en Notre Musique de Godard).
El desconcierto sensorial y la espesura mental que afecta a Michal recuerda a la de la protagonista de La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel, aunque Geffen no se pega al cuerpo de su heroína trágica, sino que lo desplaza significativamente hacia los bordes del encuadre, generando un efecto de distanciamiento. Desde ahí, Michal convoca el caos, un ir y venir de pintorescos personajes que interpretan una sinfonía de absurdo beckettiano: el más hilarante de todos es un cocinero de cangrejos que reblandece a sus crustáceos tocándoles el violín. El evidente y creciente malestar de Michal, milimétricamente coreografiado por Geffen, se tiñe de culpa cuando uno de sus erráticos comportamientos afecta directamente a la vida del otro polo narrativo del film: una mujer árabe con un fuerte deseo maternal pero sin sentido de la orientación (Samira Saraya).
La conexión entre ambas mujeres se convertirá en el auténtico corazón de una película que, llegado el momento, se atreverá a introducir una fuga psicogénica digna del cine de David Lynch. Por su parte, el progresivo extravío de las protagonistas, convertidas en cuerpos a la deriva, perfila una poética de la angustia que hace pensar en Antonioni o Tsai Ming-liang. En este punto, vale la pena destacar que Self Made funciona a ratos como una comedia de tintes surrealistas, lo que nos lleva hasta la figura del cineasta palestino Elia Suleiman, quién mejor ha sabido aplicar la comicidad al retrato del atroz conflicto palestino-israeli. Sin embargo, allí donde Suleiman evoca la figura del clown melancólico, con sus ecos humanistas, Self Made articula un humor más ácido, más negro, más violento.
Lo peor de la notable Self Made es la progresiva tendencia del film a acomodarse sobre imágenes e ideas de impacto: imágenes pornográficas que indican el crepúsculo de un matrimonio; la frialdad con la que Michal describe el proceso de extirpación de su útero, y su posterior sentimiento de culpa; el estallido de furia, ametralladora en mano, de una joven soldado israelí a la que unas chicas palestinas sacan de quicio… Una colección de cuchilladas narrativas que limitan el poder meditativo de la película. En cualquier caso, la voz de Geffen –como la del también israelí Navad Lapid, que presenta en el D’A The Kindergarten Teacher– se alza exultante de originalidad, solidez formal y pericia narrativa.