Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En El secuestro de Michel Houellebecq (2014) de Guillaume Nicloux, el autor de novelas como El mapa y el territorio o Las partículas elementales se interpretaba a sí mismo en la recreación ficticia de su desaparición durante unos días, mientras realizaba el tour promocional de una de sus obras. Cinco años después, Houellebecq y Nicloux entregan un nuevo capítulo de este experimento ‘biográfico’ con Thalasso, que se presenta a concurso en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. En esta ocasión, el paso de los años y los excesos cometidos aconsejan que Houellebecq, en contra de su voluntad, pase unos días interno en un balneario de Normandía, en el que se encuentra por primera vez en su vida con Gérard Depardieu, al que tampoco conocía en la realidad antes de rodar la película.

Este nuevo ‘secuestro’ del literato insiste en el esquema de docuficción de la primera entrega y vuelve a incidir en el humor y el sarcasmo como elementos principales de su propuesta narrativa, en un guion que, aunque parezca lo contrario en pantalla, no está marcado por la improvisación. Por su aspecto físico, Houellebecq se presta a la comicidad propia de un actor del cine mudo, y en la película se hace incluso una referencia al dúo que formaron Stan Laurel y Oliver Hardy. Aprovechando esta cualidad del escritor metido a intérprete, Nicloux arranca su film con una serie de secuencias de humor, prácticamente sin diálogos, en las que asistimos a las peripecias del escritor durante los distintos tratamientos médicos del balneario. Este ejercicio de comedia silente que quiebra con la aparición de Depardieu, que lleva la película hacia un territorio más verbal y discursivo.

Esas secuencias de inicio y el primer encuentro entre estas dos “vergüenzas de Francia”, como les denomina un enojado cliente del hotel, son lo mejor de una película que deriva en una ‘boutade’ con acento francés, en un chiste estirado al que no consiguen insuflar aliento ni los distintos cameos protagonizados por un doble de Sylvester Stallone. Aunque hay que reconocer que el guion tiene reservados algunos diálogos tocados por una fina ironía, como los que protagonizan Depardieu y Houellebecq con dos de sus fans. Al célebre y malogrado actor francés, un camarero lo identifica como una gloria nacional por su papel de Obélix. Mientras que al célebre y malogrado literato, otro interno de la clínica lo alaba por los pasajes de sexo de sus novelas. De este modo, ambos dejan claro que no tienen ningún pudor en quedar retratados en pantalla, aunque el director lo haga de una manera más benevolente que punzante.

Sin abandonar su apuesta por la comicidad, la película parece reducir su velocidad en varias marchas, hasta quedarse prácticamente parada, en parte también por la ausencia de cualquier intención formal por parte de su director. A este desfallecimiento del film también colabora la entrada en acción de los secuestradores protagonistas de la primera película, con una trama secundaria que no hace más que desdibujar el corazón de la propuesta, formado por los gags de los dos protagonistas. Ambos se sienten extraños en un mundo en el que en las comidas no les dejan beber vino. Y sin embargo parecen disfrutar divagando sobre temas tan transcendentales como la existencia de Dios y la vida después de la muerte. Si se hubieran limitado a ser Laurel y Hardy, y la película fuera un corto, la visita al balneario habría merecido la pena.