Manu Yáñez (Festival de Cannes)

Aquellos que hemos seguido la obra de Lars von Trier desde una cierta distancia, sin fanatismos ni fobias, le habíamos acabado viendo el truco al cineasta danés. Me refiero a su habilidad para presentar aproximaciones más bien simplistas a la psicología humana bajo el paraguas de sofisticadas operaciones culturales, con Wagner o Tarkovski como coartadas artísticas. En definitiva, películas simples recubiertas de una vistosa (y muy bien publicitada) capa de aparente complejidad. Estos antecedentes explican, en parte, la grata sorpresa que ha supuesto el descubrimiento de The House that Jack Built, la nueva obra del director de Dogville. En este autorretrato deformado y terrorífico –lo más cerca que estará nuca von Trier de hacer un remake de 8 ½ de Fellini–, el cineasta danés invierte los términos de su modus operandi, partiendo de una idea muy básica (el retrato, en cinco episodios, de la carrera criminal de un psicópata) y llevándola a un territorio de verdadera complejidad. Y es que el retrato brutal de la sed homicida de Jack (un inspirado Matt Dillon) se ve interrumpida continuamente por los diálogos socráticos que el protagonista mantiene con un Bruno Ganz que reedita el rol de ángel de la guarda que encarnó en El cielo sobre Berlín.

Los diálogos entre el psicópata y la Voz de la Conciencia llegan acompañados, en la pantalla, por explosiones de imágenes que articulan procesos ensayísticos. Una grabación de Glenn Gould, pura interpretación pianística, se engarza con una reflexión sobre la luminosidad del arte gótico; la imagen del rostro masacrado de Uma Thurman (la primera víctima de Jack) se combina con un retrato cubista de Picasso; las pinturas de Delacroix sirven de modelo para un epílogo que remite al memorable prólogo de Melancolía. Unas fugas reflexivas que se entrelazan con las preocupaciones de Jack, el obvio alter ego de un von Trier que desnuda su imaginario ante la cámara. El autor de Bailar en la oscuridad reflexiona sobre la relación del artista con sus materiales (en el caso de Jack, los cuerpos de sus víctimas; para Lars, sus ideas y sus actores); sobre el valor de los iconos a la hora de meditar sobre la historia (von Trier incluye varias imágenes de Hitler, reivindicando su libertad de expresión y recordando el episodio que le convirtió, durante años, en persona non grata en Cannes); y también sobre el dolor que ejerce el artista-provocador sobre los demás y sobre sí mismo.

Uno de los aspectos más interesantes de The House that Jack Built es el modo en que von Trier autocuestiona permanentemente sus postulados. Contra la rotundidad habitual de su discurso, aquí los monólogos de Jack (en realidad, los de von Trier) son interrumpidos continuamente por el personaje de Bruno Ganz, cuyo personaje recuerda también al de Stellan Skarsgård en Nymphomaniac. Cuando el protagonista afirma que todo artista debe ser un cínico, un sádico, la Voz de la Conciencia le demuestra cómo el humanismo de Goethe ha sobrevivido al trágico siglo XX, y como él mismo, Jack (von Trier), no puede evitar hablar acerca del amor cuando confecciona y ejecuta sus asesinatos (películas). Una propensión al autocuestionamiento que es, justamente, una de las bases del cine-ensayo.

En su vertiente ficcional, The House that Jack Built pone en escena a un asesino en serie narcisista, que campa a sus anchas al ritmo de Fame de David Bowie (von Trier ya clausuró Dogville con Young Americans) y que posa como el Bob Dylan del mítico videoclip de Subterranean Homesick Blues. Desde una perspectiva abiertamente satírica, Jack –que se hace llamar Mr. Sophistication– encarna y al mismo tiempo combate el patetismo de la naturaleza humana: sus crímenes tienen como mayor obstáculo su Trastorno Obsesivo Compulsivo, mientras que la policía brilla por su ausencia. Una odisea de crímenes sin castigo que ponen de manifiesto el desconcierto moral de una sociedad inoperante. La ironía impone su ley distanciadora y la violencia gráfica de ciertos pasajes no pasa de sentirse como un juego hiperbólico. A la postre, es la fiereza de las tesis y antítesis de la meditación que propone von Trier sobre el arte y la moral lo que nos lleva hasta el corazón del film, hasta la encrucijada entre el cielo y el infierno, hasta la mente de un cineasta atormentado.