Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

Uno de los momentos estelares de la carrera de Pauline Kael fue sin duda aquel en el que tuvo que enfrentarse a las nueve horas de Shoah. En este combate, aparentemente desigual, se acabaron invirtiendo las tornas. Al final, fue Claude Lanzmann quien tuvo que hacer frente a la pluma letal de tan legendaria crítica cinematográfica. Cuando parecía que el catedralicio documental sobre el holocausto nazi iba a lograr el beneplácito unánime de la prensa, se levantó el dedo discordante de quien no podía evitar aburrirse soberanamente con las secuencias interminables de raíles, y de quien opinaba que la interacción del cineasta francés con los entrevistados era un involuntario llamamiento a la comedia… y de quien temía que, en definitiva, todo aquel discurso solo servía para cerrar la mente, no para abrirla. La Historia, a veces, parece escrita por el más genial de los guionistas. El choque de trenes, si se me permite, juntó a dos monstruos en sus respectivos terrenos: tenía que ser la obra cumbre de un hombre libre la que expusiera la rabiosa libertad de una de las voces más poderosas que haya dado jamás la crítica fílmica. Cuando Pauline Kael vio Shoah, tuvo claro que la urgencia y gravedad de la temática (ahora lo llaman “cine necesario”) no exime a un producto de sus posibles pecados.

La lección puede extrapolarse a What She Said: The Art of Pauline Kael, documental debut de Rob Garver que genera la frustración de ver cómo el nítido retrato de la vida y milagros de Kael se ve emborronado por una serie de filigranas estéticas que envilecen el conjunto. El conflicto entre forma y contenido queda en un empate técnico en el que impera lo insípido y donde aflora una cierta incoherencia. Si la Bohemian Rhapsody de Bryan Singer era incapaz de dedicar seis minutos de metraje continuado a la mítica canción de Queen, aquí Garver se atreve a retratar de un modo plenamente formulístico a una crítica de cine enfrentada a las convenciones. Una contradicción que manifiesta una preocupante falta de entendimiento de la materia de estudio. Garver se maneja bien a la hora de ordenar los clips que componen el relato, pero tropieza cuando echa mano de una pedagogía demasiado elemental. Tanto en el uso abusivo de la música como en la dirección interpretativa de las voces en off que recitan textos de y sobre Kael, Garver muestra un gusto por los tics cinematográficos que aborrecía la crítica del The New Yorker.

Tanto las entrevistas con invitados de lujo –Quentin Tarantino, Paul Schrader (el aprendiz más aventajado de Kael), David O. Russell– como las escenas de películas ensalzadas o destrozadas sin piedad por Kael son argumentos de tanta entidad que justifican de por sí la aventura. Cualquier añadido resulta “edulcorante”, sustancia prohibida según el dogma “kaeliano”. Al menos, el director y montador es consciente de la transparencia de sus imágenes –estamos mucho más cerca de la narración plana Life Itself, el documental sobre Rogert Ebert, que de la reflexión nostálgica de El chico que conquistó Hollywood– y no cae en un manierismo excesivo. Erigido en humilde aparato visual, What She Said: The Art of Pauline Kael se contenta con la mera (pero efectiva) recitación del imaginario de la autora de Trash, Art and the Movies. Queda, esto sí, el orden en la exposición y la admiración (mal rumiada, pero al menos sincera) hacia un legado que revive como eco. Queda el viaje cinéfilo por el Nuevo Hollywood y una reivindicación de la crítica como eje central de la creación del mito cinematográfico.