Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Primero fue Vergüenza, de Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero, la encargada de cambiar el ritmo del Festival de San Sebastián siendo la primera serie de televisión que opta a un premio en el certamen, en la sección Zabaltegi-Tabakalera. Y luego llegó La peste, también de Movistar +, que es la primera producción destinada a un canal/plataforma de televisión que se incluye dentro de la Sección Oficial, aunque fuera de concurso. Siguiendo la senda abierta por Cannes con el regreso de Twin Peaks, de David Lynch, en el festival se han podido ver dos capítulos de los seis de los que estará compuesta esta idea original de Alberto Rodríguez y Rafael Cobo que se estrenará en enero y que ha contado con 10 millones de euros de presupuesto. Y eso se nota en pantalla.

El reto era reconstruir la Sevilla del siglo XVI, cuando la ciudad era la puerta que llevaba de Europa al Nuevo Mundo; lugar de cita de mercaderes, ladrones, gente que huía de la Inquisición, nobles y asesinos. Pero, sobre todo, estaba asediada por la amenaza de la peste. Un sitio que soñaba con ser la nueva capital del reino, con convertirse en un lugar que igualara en belleza a Roma y París, pero que tenía que seguir enfrentándose a la pobreza y a la miseria que se agazapaban entre sus callejones y plazuelas.

Hay que reconocer que la brillante dirección artística (y el holgado presupuesto) se deja ver en cada una de sus secuencias. Por esa parte, la serie va a suponer un antes y un después en lo que se refiere a la producción audiovisual en el mercado nacional. Se ha adoptado ya aquí un modelo imperante desde hace años en Gran Bretaña y Estados Unidos, consistente en dotar a los seriales de la misma entidad que tendría una película. Y, por esa parte, un proyecto de ambientación histórica como éste sale beneficiado. Se acabó el cartón piedra y el abuso de decorados interiores: aquí Alberto Rodríguez puede filmar exteriores, masas moviéndose por las calles y grandes planos generales de carácter monumental.

Pero el acierto de la serie es que tras ese envoltorio de ‘qualitè’ indudable se esconde una buena historia y un acertado desarrollo dramático de los personajes que, hasta donde se ha podido ver, también guardan muchos puntos de conexión con las películas del director sevillano. Si La isla mínima (2014) era un thriller ambientado en el tardofranquismo, Grupo 7 (2012) mantenía el mismo género pero lo trasladaba en el tiempo hasta los años 80, en pleno éxtasis pre-Expo 92, y El hombre de las mil caras (2016) nos llevaba hasta la España de la guerra sucia contra el terrorismo y las corruptelas de todo tipo, aquí el viaje acaba en el Siglo de Oro español. Pero el género sigue siendo el mismo.

Alberto Rodríguez mantiene su interés por sondear las cloacas del poder, donde en este caso hay ratas (muchas ratas) y también gobernantes que se comportan como estos roedores con sus intrigas, corruptelas y legislando siempre de espaldas al (pobre) pueblo. Por ahí La peste también se muestra como un retrato de nuestros propios días, un reflejo histórico que demuestra que los tiempos no han cambiado tanto. En una interesante decisión, el director incluye además una trama criminal —con un detective que ejerce de Holmes a la manera sevillana frente a una serie de asesinatos rituales para reafirmar su condición de thriller y acercarse un poco más a los modos televisivos más ortodoxos. Siempre sin descuidar su condición de serie de autor.