Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Cuando se anunció que Una especie de familia acudiría a la competición de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, su director, Diego Lerman, calificó la película como una road movie “inesperada” que en realidad se acaba convirtiendo en “un thriller moral con emociones a flor de piel”. El responsable de títulos como Tan de repente (2002), Leopardo de Plata en Locarno, o Refugiado (2012), seleccionada para participar en la Quincena de Realizadores de Cannes, daba así las claves para entender su último trabajo. Plantea la película su arranque como un drama en torno a la maternidad (o al deseo de alcanzarla) y acaba por transformase en algo parecido a un western de carretera, en el que ese primer deseo se transforma en la necesidad de hacer justicia.

Bárbara Lennie interpreta a Malena, una mujer que acude hasta el hospital de un pueblo desde Buenos Aires para adoptar a un niño que acaba de nacer de una mujer que vive sin apenas recursos. La protagonista no cuenta con el apoyo de su marido y ella sola descubre que lo que creía que iba a ser una adopción legal forma parte de una trama muy oscura en la que están implicados el hospital y la familia. Hasta este punto llega el anunciado drama, que en realidad es más el retrato de un sufrimiento y de unas circunstancias que el espectador nunca llega a encajar bien, por lo que resulta muy difícil empatizar con los motivos de la protagonista.

A partir del descubrimiento de la trama de corrupción, comienzan el thriller y la road movie que anunciaba Lerman. Ahí se produce un giro en el tono (nunca en los recursos narrativos, ni en la intenciones de la puesta en escena) mediante el cual la película se muestra mucho menos hermética, más cercana, y pretende, sin lograrlo, elevar el pulso de un relato que lo estaba pidiendo en cada plano. No hay que olvidar que se trata de una mujer que busca (casi de una forma obsesiva) querer ser madre. En el fondo, Una especie de familia adolece de esa tensión que requiere el thriller y de la profundidad que se esperaría de un drama vital como el que enfrenta la protagonista. Faltan claroscuros en el relato y por eso se acaba convirtiendo en una carretera de una sola dirección y sin asfaltar, igual que las que transita con su coche y el bebé la protagonista durante la película.