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P’TIT QUINQUIN. Bruno Dumont. 200 min. Francia (2014). Con Alane Delhaye, Lucy Caron, Bernard Pruvost, Philippe Jore.
Presentada en el Festival de Cannes de 2014 y elegida mejor película del año por la revista Cahiers du Cinema, esta miniserie de cuatro capítulos dirigida por Bruno Dumont parece una relectura en clave humorística de su película de 1999, L’humanité. De nuevo, una investigación policial; de nuevo, unos tétricos crímenes que ponen de manifiesto la atracción que genera el mal en la naturaleza humana. El film cita a La bestia humana de Zola y halla la perfecta representación de su discurso en los despedazados cuerpos humanos que unos peculiares investigadores descubren dentro de unas reses. En sus mejores momentos, la intrigante y entretenidísima P’tit Quinquin pone en escena un enigmático choque entre la razón y la barbarie, la inocencia y la corrupción.
Lo curioso del caso es que el dominio de la razón está representado por un hilarante y pintoresco inspector de policía (Bernard Pruvost): torpe, culto, masacrado por los tics nerviosos. Un personaje a través del cual Dumont trabaja una especia de slapstick ortopédico, heredero del cine de Jacques Tati, que se da la mano con las fugas surrealistas que aliñan el relato (no seré el primero en citar Twin Peaks de David Lynch como hermano de sangre de P’tit Quinquin). La miniserie pierde algo de fuerza cuando Dumont explora de forma explícita la xenofobia que subyace en la Francia rural, pero el director de Camille Claudel 1915 sabe gestionar las bocanadas de misterio que animan el film. Para el recuerdo quedan las gamberradas de unos niños que, como los de Ozu, lo pasan en grande tirando petardos; y también una inolvidable secuencia protagonizada por una chica que le canta al desamor y al angst adolescente desde el corazón de una Normandía habitada por “el diablo en persona”. Manu Yáñez
QUEEN OF EARTH. Alex Ross Perry. 90 min. Estados Unidos (2015). Con Elisabeth Moss, Katherine Waterston, Patrick Fugit.
En muy poco tiempo, Alex Ross Perry se ha convertido en una de las figuras más interesantes del cine independiente norteamericano. Surgido bastante tiempo después que otros colegas que partieron de universos e influencias similares (la camada del llamado “mumblecore”), Perry tiene la particularidad de ir cambiando constantemente de película en película, especialmente en lo formal. Después de la ultraindependiente The Color Wheel, de 2011, Perry dirigió la magnífica Listen Up Philip, un ácido y muy gracioso retrato de un escritor que parece una adaptación hecha y derecha de una novela (inexistente) de Philip Roth. Queen of Earth es una película que, otra vez, mantiene evidentes conexiones temáticas con las anteriores pero profundas diferencias formales, acaso ligadas al pasado cinéfilo del director atendiendo el mítico videoclub neoyorquino Kim’s Video.
Queen of Earth recuerda, en su estilo, a ciertas películas de Roman Polanski o Ingmar Bergman, especialmente las ligadas a cierto trabajo sobre la relación entre mujeres. En este caso, Elisabeth Moss (Mad Men) encarna a Catherine, una joven que tras la muerte de su padre y su separación de su novio se va a la casa del lago de la familia de Virginia, su mejor amiga (Katherine Waterston, de Puro vicio), a tratar de superar su malestar. Pero mientras los días pasan, su estado mental más que mejorar parece ir empeorando, hasta el punto que las nociones de realidad y pesadilla se van volviendo inseparables. En el mundo entre brutalmente honesto y bordeando con lo misantrópico de Perry, los personajes son capaces de ser tremendamente crueles unos con otros, algo particularmente raro en el cine (y la cultura) norteamericana. Perry y sus personajes incomodan porque exponen abiertamente sus odios y sus fragilidades, sus necesidades y sus rechazos, muchas veces con textos en extremo punzantes y hasta violentos. Diego Lerer
IN THE BASEMENT. Ulrich Seidl. 81 min. Austria (2014).
Como la de Michael Haneke, la obra de Urlich Seidl es equivalente a la del escritor Thomas Bernhard en el cine: retratan una sociedad supuestamente evolucionada que tiene una cultura y una situación social y económica adelantada, pero que posee también un poderoso lado oscuro, siniestro, encerrado en el sótano. Después de la trilogía Paraíso, Seidl entrega este documental sobre distintos personajes surgidos del corazón de Austria, mostrando en sucesivos planos fijos, secos, austeros, lo que guardan en el subsuelo de sus casas: en muchos casos son sus aficiones, sus hobbies, sus tesoros y, en otros, sus perversiones. Algunas inconfesables, otras mostradas sin pudores ante la cámara. Uno se pregunta cuánto hay de realidad y de ficción en este film, presentado como un documental, pero con una rigidez escénica que hace pensar en una representación. Resulta inevitable recordar los casos de niños secuestrados y mantenidos en cautiverio durante años, como el relatado en el film Michael, de Marcus Schleinzer. En todo caso, el film resulta impactante, por momentos gracioso, en otros escalofriante; por ejemplo, en las escenas dedicadas a una pareja avezada al sadomasoquismo extrema. Y todo sin un comentario. Un film muy duro, para ver preparados, de esos que a nadie deja indiferente. Josefina Sartota
THE SMELL OF US. Larry Clark. 88 min. Francia (2014). Con Lukas Ionesco, Diane Rouxel, Théo Cholbi, Larry Clark.
Dos décadas después de su polémico debut, Larry Clark revisa el argumento de su ópera prima –cambiando de ciudad y de era– para situarla en un presente cuya desintegración ética resulta más mortífera que el despreocupado contagio del SIDA que denunciaba Kids en los años noventa. The Smell of Us retrata los rituales sociales de un grupo de adolescentes parisinos que comparten algo más que su afición a practicar loopings sobre mendigos en el emblemático Palais de Tokyo. Interpretados por actores no profesionales, los personajes comparten traumas provocados por una vida familiar disfuncional, una frustración que exorcizan practicando sexo desaforado en lugares públicos, abusando del consumo de drogas o vendiéndose a peligrosos pedófilos, como los chicos de Mysterious Skin (Gregg Araki).
La escabrosa nueva película de Larry Clark no critica el delictivo comportamiento de los descarriados menores, sino las desequilibradas obsesiones del mundo adulto que impulsan a los chicos a llevar a cabo dichos actos. En un mundo hiperconsumista, donde el culto al físico ha alterado la percepción respecto a la juventud o la belleza, convirtiendo dichos valores en un anhelo más codiciado que el dinero, Math (Lukas Ionesco) saca partido de su deseado cuerpo de efebo, transformándose en la versión masculina y enfermiza de la elegante protagonista de Joven y Bonita (François Ozon), adolecente que también se prostituía por inercia, sin remordimientos ni necesidad económica. Carlota Moseguí
THE DUKE OF BURGUNDY. Peter Strickland. 101 min. Gran Bretaña (2014). Con Sidse Babett Knudsen, Monica Swinn, Chiara D’Anna, Eugenia Caruso.
El director de Katalin Varga y Berberian Sound Studio (que se pudo ver en el Festival de Sitges) vuelve a manipularnos con una nueva propuesta que apuesta a un exquisito desafío formal. Si Berberian… era una deconstrucción y homenaje al giallo, The Duke of Burgundy repite una extraña operación de simulacro, en este caso de aquellas películas de cierto contenido erótico que podían esconder un melodrama tras la historia de amor entre vampiras lesbianas. Los colores y los detalles, los insectos y una aparente temporalidad anclada a fines del siglo XIX nos hacen pensar en el cine de la Hammer. El clima del inicio, con la relación sadomasoquista entre una empleada doméstica y su señora, nos instala en el territorio de un terror de baja intensidad que propone un turbio acercamiento a la psicología femenina. Los detalles de esa relación –el cómo la costumbre y el aburguesamiento se convierten en los verdaderos fantasmas de la historia–, funcionan como apuntes cómicos, pero también como una observación de una realidad opaca, que esconde sugerentes interrogantes: ¿quién domina y quién se somete en este juego de dominación? La música de Cat’s Eye y un cuidado de la luz y la imagen que nos transportan a otra dimensión, terminan por conformar, otra vez, una experiencia sensorial tan poco habitual como feliz. Fernando E. Juan Lima
WHITE BIRD IN A BLIZZARD. Gregg Araki. 91 min. Estados Unidos (2014). Con Shailene Woodley, Eva Green, Christopher Meloni, Thomas Jane.
Siguiendo la senda comercial inaugurada con sus dos largometrajes más recientes, Smiley Face y Kaboom, Gregg Araki, director de culto del New Queer Cinema de los años noventa, se embarca en un thriller de investigación policial ambientado en el Sur de California. Siendo la película menos transgresora de Araki, White Bird in a Blizzard es una adaptación libre de la novela homónima de Laura Kasischke, que arranca con la repentina desaparición de un ama de casa de clase media. La narración adopta el punto de vista de la menor de edad traumatizada por el presunto abandono de su madre, una dolorosa incógnita que conduce a Kat (Shailene Woodley) hacia un rebelde despertar sexual, comúnmente experimentado por todos los jóvenes protagonistas de la extensa filmografía del autor estadounidense. A través flashbacks que desatienden el camino del suspense en pos de un predecible drama familiar, presenciamos la pretérita guerra fría entre un esposo totalitario (Christopher Meloni) y su amargada mujer, interpretada por una soberbia Eva Green que, antes de evaporarse sin dejar rastro, se debate entre seguir asumiendo un sumiso rol femenino o imitar la envidiable conducta liberal sin tabúes de su hija adolescente. Carlota Moseguí