Jaime Lapaz (D’A Festival de Cine de Barcelona)

Año 2019. Donald Trump acababa de anunciar la construcción de un muro en México para frenar la inmigración ilegal. Diego, urbanista venezolano, y Elena, bailarina barcelonesa, emprenden un viaje en avión para irse a vivir a los Estados Unidos. Esta es la premisa de Upon Entry, largometraje presentado en la sección Un Impulso Colectivo donde Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez capturan con destreza el miedo universal que causan los controles de seguridad, así como la dimensión deshumanizada del funcionamiento de un aeropuerto. Dada la tensión latente, Diego y Elena terminan pronto en el no lugar que son los controles de protección fronteriza, y ahí Upon Entry se convierte en una angustiante bottle film, esas películas que, como el barco atrapado en una botella, no pueden escapar de su único escenario.

Enmarcada en dicho subgénero, el largometraje de Rojas y Vásquez se podría relacionar desde la distancia con el profundo calado social de la magnánime 12 hombres sin piedad de Sidney Lumet. Hay en la película española una punzante crítica al sistema judicial estadounidense, en este caso poniendo en el punto de mira la hostilidad de sus aduanas y el abuso de poder que ejercen sus férreos y opacos requisitos para entrar al país. Si en el clásico de Lumet la caracterización de los personajes surgía del debate entre miembros del jurado, guiados por el cineasta hacia el humanismo y el sentido de justicia, Upon Entry se apoya en un áspero interrogatorio a partir del cual vamos conociendo el pasado y las motivaciones de los protagonistas, pero sin una guía moral clara. Si en The Guilty de Gustav Möller la tensión se expandía hacia el exterior, en la llamada de socorro que recibía un confinado agente de policía, en Upon Entry se constriñe hacia el interior de los personajes, repletos de incertidumbres. Los rasgos del carácter de Diego y Elena son administrados acertadamente a cuentagotas con el único fin de construir un producto de género consistente. Los momentos más angustiosos de la película surgen de las malintencionadas preguntas del sistema y de las obedientes respuestas de la pareja, y el thriller se construye en un crescendo dramático en el que destaca el trabajo de contención actoral del reparto. La aparente sumisión de Alberto Amman y cada uno de los prontos de Bruna Cusí abren una reflexión emocionante sobre cuándo y cómo lo oculto se puede convertir en transparente.

Un Impulso colectivo acogió también la vibrante proyección de Toda una vida, primer largometraje de Marta Romero Coll. A la Sala Teatre del CCCB acudió Paco, protagonista de la película familiar que su nieta acababa de presentar. Rodada durante 12 años, la cinta recoge la historia de amor entre Paco y Trini, abuelos de Romero Coll, pero también el proceso de madurez de la cineasta. En un inicio, vemos a nieta y yayo comentando las fotografías de un álbum aún en construcción. Luego, se da paso a un material de archivo que de tan espontáneo puede llegar a ser crudo, por el grado de intimidad de lo rodado y por la dureza de lo acontecido. Con el paso de los años, Romero Coll aprende que es bueno tomar distancia, que a menudo menos es más, una lección que coincide con el proceso de duelo por la aparición del Alzheimer en su abuela Trini. “Antes vivía en el pasado, y ahora en el presente, y eso ya es un cambio”, dice Paco, pero podría decirse también de la película. Con la calma de quien está en paz con lo filmado, Toda una vida encuentra su lugar estableciendo rimas entre épocas (un tendedero vacío, llamadas desde la cocina, las flores en primavera) y usando el contexto (de las estaciones a la pandemia) con un verdadero fin dramático. Marta y Paco, nieta y abuelo, pegan la última fotografía y cierran así una pequeña y modesta película que captura con entereza y emoción un amor crepuscular, pero aún lleno de vida.

En su ópera prima, Blue Jean, que concursa en la sección Talents del #DA2023, Georgia Oakley estudia la aplicación, a finales de la década de 1980, por parte del gobierno de Margaret Thatcher, de una negativa oficial a normalizar la homosexualidad en la enseñanza pública del Reino Unido. La película propone una inmersión en un contexto en el que ser lesbiana resultaba asfixiante. En una escena, la protagonista, Jean, se dispone a ver un reality de citas a ciegas heterosexuales con su pareja, pero entonces surge un debate sobre la dimensión propagandística del programa. “No todo es político”, contesta algo acobardada Jean, probando que la opresión externa limita inevitablemente la libertad interna. ¿Cómo aceptarse a sí mismos si la sociedad les hace esconder su identidad y su colectivo?

La vida de Jean se complica aún más cuando decide acoger en su equipo femenino de netball (deporte similar al baloncesto) a una chica que querría jugar a fútbol con los chicos. En una de sus charlas, Jean instruye a sus pupilas acerca de la necesidad de no apartarse del balón y pelear por él, acciones que se corresponden con los instintos de lucha o huida. Esta breve escena al inicio de Blue Jean define la esencia de la película. Los personajes son puestos al límite de forma constante, algo que aprovecha Oakley para indagar en la psicología de sus personajes, observando si son más proclives a pelear o salir volando. Además de la delicada actuación de Rosy McEwen en el papel protagonista, la gran baza de la contundente ópera prima de Oakley es que consigue crear una situación dramática sin recurrir a maniqueísmos. Los personajes son moldeados por las circunstancias, no al revés. Hasta que deciden tomar las riendas, dejar de huir y empezar a luchar.