En una ocasión Tennessee Williams aseguró que «What is straight? A line can be straight, or a street, but the human heart, oh, no, it’s curved like a road through mountains» (“¿Qué es la rectitud? Una línea puede ser recta, o una calle, pero el corazón humano, oh no, es curvo como un camino que atraviesa montañas”). Algo parecido puede decirse de todos los elementos que conforman De repente, el último verano. Mankiewicz dirigía; Williams y Gore Vidal escribían; Hepburn, Taylor y Clift protagonizaban… Todo indicaba que estábamos ante una adaptación clásica (profesional y meritoria, pero al uso) de la obra de teatro original, una al estilo de Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc caliente, pero no. De repente, el último verano es curva de principio a fin y lo es no sólo porque en esta ocasión haya elementos explícitos que enturbien y ramifiquen el relato (como por ejemplo esa homosexualidad nunca tan pronunciada en el autor como hasta ahora), sino porque la película sigue esa otra máxima de Williams del «If I got rid of my demons, I’d lose my angels» (“Si me deshago de mis demonios, perderé mis ángeles”). De repente, el último verano es cruel e insólita pero también compasiva y palmaria. Un viaje en espiral por los ángeles y demonios del propio Williams. ER

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