Lo primero que sorprende a la hora de aproximarse a una película de exorcismos y fantasmas como Demon es que es tanto una película de terror eficaz como, sobre todo, una comedia más que eficiente. La trama se centra en la celebración de una boda en Polonia, justo al lado del que será el nuevo hogar de la pareja que, por supuesto, entierra tantos secretos como cadáveres. Lo curioso de la perspectiva de la narración es que, como toda buena celebración polaca que se precie, prácticamente todos los personajes se pasan la integridad de la película borrachos como una cuba… y el frenesí que provoca el alcohol en este caso es potenciado por el delirio y acoso de los demonios. Demon resulta pues extremadamente divertida tanto en la construcción del gag como de los personajes que pueblan la fiesta y es un acercamiento al terror desde el costumbrismo que sorprendentemente funciona muy bien. Marcin Wrona, el director, falleció poco antes de estrenar la película. Habría sido bonito y merecido premiarlo con el galardón a la mejor dirección en aquel festival de Sitges donde se presentó, pero la película hubo de conformarse con un también merecido premio a la mejor fotografía. ER

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