Manu Yáñez

My Sextortion Diary, la nueva película de Patricia Franquesa (autora del documental Oh Dear Sara), invita en primer lugar a considerar el valor pedagógico y la función social del arte cinematográfico. Desde sus intertítulos iniciales, el film familiariza al espectador con un vocabulario que ilustra, con una crudeza pericial, la cara más funesta del marco de interrelaciones que ha tejido la cultura virtual-digital. Términos como el “Intimate Image Abuse” (el “abuso mediante imágenes íntimas”) o estamentos como la “Revenge Porn Helpline” (el “Teléfono para víctimas del porno vengativo”) perfilan un contexto necesario para comprender la dramática vivencia experimentada por la propia directora, quien en el año 2019 fue víctima de una extorsión vía Internet, un chantaje que jugaba con la amenaza de difundir fotografías íntimas de la cineasta.

Haciendo justicia a su título, My Sextortion Diary inicia su descripción de los hechos por el principio, cuando Franquesa sufre el robo de su ordenador portátil, que cae en manos de una red mafiosa que se dedica a la extorsión digital, aprovechando el acceso a datos, imágenes y cuentas de la víctima. Lo que continúa es una crónica factual –que parece tomar como referencia las formas del procedural docudramático– de la terrible vivencia de la directora, reconstruida a través de charlas de mensajería instantánea, llamadas telefónicas, grabaciones privadas, atestados policiales y judiciales, y la siniestra colección de e-mails enviados por el chantajista. Para dar forma a este relato de los acontecimientos, la cineasta, que también ejerce de guionista y montadora, despliega un dinámico conglomerado de imágenes que reproducen interfases de sistemas operativos y redes sociales, o que componen collages a partir del característico formato vertical de los dispositivos móviles.

Con su vivaz exposición de la turbulenta odisea de la directora, My Sextortion Diary va recopilando un valioso conjunto de impresiones acerca de las relaciones en la esfera digital, desde la inmunidad en la que suelen operar los agresores hasta la impotencia y vulnerabilidad de las víctimas, pasando por el profundo estado de paranoia en el que es fácil caer si uno ve vulnerada su “privacidad digital”, si es que algo así realmente existe. Aunque el tema que resuena con mayor intensidad a lo largo de todo el film es la vergüenza que suele conllevar ser víctima de una sextorsión, un estigma al que Franquesa hace frente con un coraje encomiable, una valentía que, en la película, toma la forma de una cierta resistencia a caer en la desesperación, bañada incluso con pinceladas de humor. Más allá de su dimensión didáctica, es la tenaz lucha de la cineasta contra la propia idea del ultraje lo que convierte My Sextortion Diary en una obra que cabría considerar de servicio público.