El año pasado James Benning visitó el CGAI y La casa encendida, acompañando una pequeña retrospectiva de su obra digital, e impartiendo algunos talleres. Ambos ciclos estuvieron acompañados por la proyección de la película realizada por el crítico, profesor y ahora también cineasta Gabe Klinger, ganadora del León de Oro al mejor documental en el Festival de Venecia, en la que Klinger establece un paralelismo en apariencia imposible entre dos cineastas como James Benning y Richard Linklater. Porque más allá de la amistad que les une desde hace mucho tiempo, la película pone en escena algo que es muy propio del cine norteamericano entendido como un todo: que los vasos comunicantes entre la industria y el experimental, las influencias, las relaciones, los homenajes, son constantes y naturales. No hay dos espacios separados, sino un único tronco central del que se ramifican diversos cines y cineastas. Y James Benning, de alguna manera, está en el corazón de ese tronco. La película, el retrato de una profunda amistad, de un respeto mutuo, es la ilustración de esa historia del cine entendida como un todo, además de una clase de cine y ética, e incluso, por qué no, una fantástica comedia con sus gloriosos momentos de slapsktik. GdPA

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