Hay un momento en El desprecio en el que Paul y Camille, los dos protagonistas, vuelven a su apartamento después de haber tenido una gran discusión. La casa está aún en obras: los cuadros no cuelgan de las paredes y no hay cristales en las puertas. Ella se prueba una peluca, se agacha en el suelo y se mira en el espejo, intentando reconocerse desde fuera; él traspasa el interior del marco de la puerta aprovechando que no hay cristal y llega a una dimensión en que ella deja de quererle. Godard sale y entra de la película a la manera de Michel Piccoli, traspasando mundos a través del marco de la pantalla. También filma continuamente su propio reflejo disfrazado, como filma en esa secuencia el de Brigitte Bardot. El desprecio enmarca el mundo del cine como mundo del imaginario (“un mundo más en armonía con nuestros deseos”) y desvela repetidamente la artificiosidad de lo que cuenta pero aun así (o precisamente gracias a ello) es posiblemente una de las películas que más certeramente han sabido retratar ese juego de espejos que son las relaciones y ese momento en el que ya no hay vuelta atrás porque, por culpa de un golpe muy pequeño, el cristal se ha roto en mil pedazos. ER

Programación completa de la Filmoteca de Andalucía.