Estamos ante un título paradójico porque en El extraño amor de Martha Ivers, esa Martha (Barbara Stanwyck) en realidad reniega de su apellido Ivers, no está enamorada de nadie y, mucho menos, presenta un carácter que podamos denominar auténticamente extraño. En realidad el protagonista es Sam (Van Heflin), un niño que hace dieciocho años huyó de la ciudad tras un accidente traumático en el que estaban involucrados la Martha del título y su amigo Walter (Kirk Douglas). Ahora, a su vuelta, Sam vuelve a retomar contacto con sus dos amigos, convertidos en un poderoso matrimonio de caciques, en una historia repleta de chantajes, posibilidades de escape y claustrofobia. El extraño amor de Martha Ivers es una mezcla entre cine negro y melodrama donde las ansias de poder llevar irremediablemente a la ruina moral. El prólogo es contundente: una niña se ha escapado de su temible tía y planea una vida en el circo junto con su desarraigado amigo. Nada quedará en el presente de aquella niña enjaulada pero sí su espíritu en la aparición de un nuevo personaje: Toni (Lizabeth Scott), la chica de la que Sam se enamora en su paso por la ciudad y que supone un auténtico soplo de aire fresco en la película. El extraño amor de Martha Ivers tiene en esa dualidad entre Stanwyck y Scott su mayor baza, una que no se traduce en la confrontación entre sus protagonistas masculinos (hay un gran problema de miscasting en la película). Dirigida por Lewis Milestone, la magnífica película mantiene varias de las constantes del cine de Robert Rossen, en este caso guionista. ER

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