Hay un momento en El gigante de Hierro en que el niño protagonista asegura a su nuevo amigo venido del espacio que “You are who you choose to be” (“Eres quién decides ser“). Cuando éste le responde que “Superman” es imposible no sentir un tremendo cosquilleo emocional, uno que reverbera con esa otra línea de diálogo que asegura que “Souls don’t die” (“Las almas no mueren”). Brad Bird, que años después alcanzaría el éxito de la mano de Pixar con películas como Los Increíbles o Ratatouille, sufrió con esta película –su ópera prima– el castigo de haber llegado en el momento impreciso y en el lugar inadecuado. Ese momento fue 1999 –cuando la animación tradicional ya comenzaba a considerarse anticuada–, y ese lugar fue una Warner Bros que nunca acabó de confiar en la película. El resultado fue una ínfima taquilla que indicaba que El gigante de hierro se recordaría precisamente por no recordarse. La realidad, sin embargo, fue otra: una que demuestra que valorar una obra por sus resultados económicos nunca es una buena idea. El gigante de hierro es hoy por hoy uno de los grandes clásicos modernos de la animación estadounidense, uno que aprovecha la nostalgia como cimiento para un nuevo mito. El cine Phenomena aprovecha la restauración de la película para incluirla en su programación. You choose. Endika Rey

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