Resulta difícil tratar de explicar en qué consiste exactamente una película como El gran rugido. La idea surgió de un viaje a Mozambique en el que Tippi Hedren y Noel Marshall, su marido, descubrieron una casa abandonada tomada por treinta leones. La imagen les impactó tanto que decidieron hacer una película ecologista sobre una familia que compartía su casa con los animales. Los problemas comenzaron cuando la pareja y sus hijos (entre los que se encuentra una jovencísima Melanie Griffith), protagonistas del filme, procedieron efectivamente a vivir con los animales de cara a que estos se familiarizaran con ellos. El rodaje de El gran rugido fue un desastre calamitoso: tal y como reza el tagline de la película “Ningún animal fue maltratado durante el rodaje de esta película. 70 personas sí lo hicieron”. Algunas críticos calificaron la cinta de “el vídeo de vacaciones más caro jamás rodado” y la película en sí está repleta de imágenes imposibles y terroríficas que consiguen lo opuesto al mensaje de convivencia que se supone perseguían sus creadores. Puede ser que no lo buscaran, pero El gran rugido es hoy por hoy uno de los grandes ejemplos del desvanecimiento de las fronteras entre realidad y ficción. Una película que le hubiese encantado rodar al Herzog más sarcástico. La demostración de que el gran cine también puede ser producto de un accidente. ER

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