Manu Yáñez y la redacción de Otros Cines.
David Bowie, fallecido el pasado domingo a la edad de 69 años por culpa de un cáncer, no fue solo una estrella de la música, sino también una figura destacada en el mundo del cine. Sobrevolando a vista de pájaro su trayectoria actoral, comprobamos que fue Jareth, el rey de los Goblins, en Dentro del laberinto (1986) de Jim Henson, Poncio Pilato en La última tentación de Cristo (1988) de Martin Scorsese, o Andy Warhol en Basquiat (1996), la película sobre la vida del artista pop. También trabajó en Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992) de David Lynch, y tuvo una hilarante participación en Zoolander (2001) de Ben Stiller, mientras que Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983) del japonés Nagisa Oshima, y El ansia (1983) de Tony Scott fueron otros papeles destacados.
En las últimas horas buena parte de la comunidad cinematográfica le ha dedicado sentidos homenajes. A través de la web Vulture, Todd Haynes, que se inspiró en la figura de Bowie para dar forma al protagonista de Velvet Goldmine (1998), ha apuntado que «desde finales de los 60, (Bowie) ha personificado la modernidad y ha hecho avanzar la música, el arte, la moda, la sexualidad: la identidad en sí misma. Para mucha gente de mi generación, Bowie redefinió las posibilidades del artista popular, acercándonos a lo radical y a lo visionario. Nuestras vidas y nuestro mundo no volverán a ser los mismos”.
A través de su blog The Uncool, Cameron Crowe dedica un largo texto a celebrar los logros de Bowie. Como periodista, Crowe tuvo la suerte de entrevistar a Bowie a mediados de los 70 en Los Ángeles, entre la promoción de Young Americans y Station to Station. Entre otras muchas cuestiones, Crowe apunta que «Bowie fue el más generoso y entretenido de los artistas a los que pude entrevistar. Cuando aceptaba recibirte, nada era improvisado. Alguien te guiaba hasta su habitación y le encontrabas perfectamente posicionado, con la cabeza ladeada en el ángulo perfecto para captar la luz del lugar. No era una cuestión de afección. Él se ponía en escena de forma natural, para luego romper con aquella pose icónica con una sonrisa y una cordialidad desenfadada”.
Candy Clark, compañera de reparto de Bowie en The Man Who Felt to Earth (1976) de Nicolas Roeg, ha explicado a Variety que, durante el periodo que trabajaron juntos, Bowie demostró ser una persona reservada: “David no era una persona que mostrase sus emociones. Nunca revelaba sus sentimientos, como por ejemplo, ‘Estoy nervioso’, así que nunca sabías demasiado bien qué estaba pasando por su cabeza”. Clark también apunta que a Bowie “le encantaba ensayar sus diálogos (…). Cuando terminábamos una escena, en lugar de retirarnos a descansar, nos quedábamos ensayando los diálogos de la siguiente escena mientras los técnicos preparaban el decorado”.
Por último, en la web Deadline Hollywood, podemos leer un texto de Stephen Woolley, productor de la reciente Carol y también de Absolute Beginners (Principiantes) (1986), en la que Julien Temple dirigió a Bowie. En su in memóriam, Woolley afirma que Bowie “necesitaba ser el corazón de las cosas. Su dimensión estelar era demasiado grande como para diluirse en la piel de sus personajes (…). Cuando le veías en pantalla, en la piel de tal o cual personaje, siempre pensabas ‘ese es David Bowie’. Y aun así era un actor brillante. Se transformaba y las películas enteras se transformaban para adaptarse a él. Era un auténtico hombre del renacimiento”.