Hace apenas un año, cuando todavía resultaba divertido que Donald Trump acaparara los medios porque aquella carrera presidencial era imposible, el aspirante a candidato republicano Ted Cruz clausuraba una rueda de prensa sobre el peligro de las armas nucleares en Irán con una imitación de Tony Montana. Los periodistas rieron la gracia porque Montana no representa ya su personaje —un mafioso tan violento como peligroso— sino que todo el mundo en Estados Unidos tiene su propia versión personal del símbolo. El personaje interpretado por Al Pacino no sólo caló hondo en la cultura popular sino que se convirtió directamente en un mito. El precio del poder es la película favorita de cientos de raperos que sueñan con impresionar a su novia en un concesionario; los actores en Hollywood practican su versión de Montana de cara a los casting; y la figura de Al Pacino rodeado de cocaína y empuñando un arma está en las habitaciones de miles de estudiantes. Como en todo buen remake, poco queda de la versión de Scarface de Howard Hawks. Brian de Palma leyó aquello de «The world is yours» y lo tomó al pie de la letra: efectivamente, el mundo era suyo (y de Oliver Stone, el guionista) y, en consecuencia, El precio del poder lo cambia todo (Chicago por Miami, el emigrante italiano por el cubano, la ley seca por la ley anti-drogas, etc) para únicamente quedarse con el concepto: el retrato del anti héroe como síntoma de un país. ER

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