Claude Lanzmann es uno de esos nombres ineludibles del cine contemporáneo, especialmente en el abordaje a la cuestión del horror del exterminio judío a manos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Su obra estudia la manera en la que el cine ha de abordar (o no) la casi total ausencia de imágenes de aquel horror que, sin embargo, se realizó a la vista de todos. Como bien señaló Harun Farocki en su película Images of the World and the Inscription of War (1989), ni los espías norteamericanos que analizaron las fotografías tomadas por aviones de vigilancia en el campo alemán pudieron ver aquello que estaba ante sus ojos, los barracones del exterminio, porque no sabían que tenían que verlo. Tras su monumental Shoah, Lanzmann ha seguido desgranando materiales y retratos de supervivientes y su última película retrata el encuentro del cineasta con Benjamin Murmelstein, el último presidente del Consejo Judío de Theresienstadt, en la República Checa, donde se organizó un campo de concentración que los nazis utilizaban como estación de paso hacia la cámara de gas mientras su propaganda lo denominaba ghetto modelo. GdPA

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