(Imagen de cabecera: En una esfera cercana de Laida Lertxundi y Ren Ebel)

Manu Yáñez (Zinebi, Bilbao)

Como viene siendo habitual, la 65ª edición del festival Zinebi se inauguró, el pasado viernes, 10 de noviembre, con la proyección de los cortometrajes vascos que participan en la Sección Oficial competitiva del certamen bilbaíno. El programa destacó por la vocación poética de varias de sus piezas, comenzando por Todo lo cubre la sal, en el que Joana Moya se aproxima a la figura de las “rederas”, mujeres que tejen, zurcen y recosen las redes de pesca. La labor de la joven realizadora, que combina la observación oblicua –a tientas, por espacios nocturnos, o fragmentando los cuerpos– con la captura de susurros, hace pensar en una etnografía sensorial. En este sentido, el film logra evocar con intensidad varias emociones y conceptos, del peligro que emana del trabajo en el mar a la mezcla de melancolía y resiliencia que expresan las rederas, quienes aparecen como testigos de una realidad pretérita, amenazada por la corriente subterránea del transcurso del tiempo.

Memórias de uma casa vazia de Bruno Carnide se inaugura con un rótulo que anuncia que el cortometraje está filmado con cámaras de 8mm y video digital. Acto seguido, una colección de estampas de la ciudad de Nueva York reciben el acompañamiento de una voz en off de mujer que lee una carta (en este punto, resulta imposible no pensar en News from Home de Chantal Akerman). Se trata de la primera de las tres misivas que componen la película, que se ambienta entre Estados Unidos, Portugal y España, y que abarca más de diez años en la vida de una mujer acongojada por la distancia que la separa de su antiguo amante y de su hija. Así, sostenida por unos tenues vínculos que ponen en diálogo el texto y las imágenes (a veces más literales, otros más metafóricos), la pieza transcurre entre una cadencia poética que hace pensar en el fado –el texto está hablado en portugués– y una cierta afectación melancólica. Por su parte, En una esfera cercana de Laida Lertxundi y Ren Ebel no necesita anunciar el empleo del soporte analógico. En consonancia con el conjunto de la obra de la cineasta bilbaína, la película se presenta como un collage de imágenes diáfanas, bellamente compuestas y discretamente coloristas, en las que los seres humanos buscan una relación genuina con su entorno, que aquí está formado por el paisaje, la familia y el propio medio cinematográfico. De hecho, en dos planos no consecutivos, los cineastas se filman el uno a la otra, y viceversa, sosteniendo sus cámaras. Entre estampas bucólicas, pinceladas costumbristas, unos tableux de indolencia estival y algún apunte cartográfico, En una esfera cercana construye un sereno y conmovedor canto al valor del acompañamiento, el juego, el acto de testimoniar lo real y la transmisión intergeneracional.

Del lado más narrativo, el programa de cortos vascos de Zinebi presentó como punta de lanza la pieza titulada Agrio, en la que David Pérez Sañudo se reúne con la actriz Patricia López Arnaiz, quien protagonizó su ópera prima, Ane, aunque el desarrollo estético de la pieza puede verse más bien como una prolongación del realismo crudo que el cineasta bilbaíno exploró en el cortometraje La colcha y la madre. Trabajando los diálogos como parte de un turbulento ruido de fondo, Agrio explora la relación de dos hermanas que se enfrentan a una situación límite: la denuncia por un caso de intoxicación alimentaria. Pérez Sañudo se mueve con comodidad por un campo sembrado de minas dramáticas –el corto hace pensar en cómo filmarían los hermanos Dardenne un guion de Pedro Almodóvar o Xavier Dolan– y acaba componiendo una oda amarga al instinto de protección fraternal y a la cohesión de un grupo frente a una amenaza externa. Por su parte, en Betiko gaua, Eneko Sagardoy explora el drama familiar desde la perspectiva materno-filial y se aferra a la fuerza metafórica de una carretera que, en la noche de los tiempos, recoge el desencanto de dos mujeres. La hija (Miren Gaztañaga) descubre por casualidad que su madre (Elena Irureta) ha decidido irse, dejarlo todo atrás. El encuentro entre ambas resulta pirotécnico: comprende tanto la delicadeza de una lágrima vertida en silencio como el desbocamiento de un ataque de ira iluminado por unas luces de freno rojizas. A la postre, lo que se impone es un discurso de orden alegórico (similar al del corto Aqueronte de Manuel Muñoz Rivas) sobre el curso de la vida como un oscuro río asfaltado, un territorio en el que impera el desencanto y donde la única salvación pasa por la huida, en línea con las tesis de la reciente Matria de Álvaro Gago.

Para acabar, la sorpresa del programa fue la magnífica Ximinoa de Itziar Leemans, que juega al despiste presentándose como un cuento de verano playero protagonizado por una chica joven llamada June. La premisa parece apuntar a Eric Rohmer, mientras que el dispositivo narrativo toma préstamos del cine de Mia Hansen-Løve: la inclinación a la elipsis, el gusto por reunir a personajes de diversas generaciones, la combinación de sensibilidad e indolencia. Sin embargo, poco a poco, la película va revelando su desinterés por la idea del fluir de la vida. La “iniciación” de la protagonista (una intrigante Ainara Leemans) no tiene que ver con un proceso de maduración interno sino con su despertar a la realidad de la lucha de clases. Y es que el trabajo de June como niñera en una casa de tintes palaciegos desatará un conjunto de reveladoras circunstancias, del rechazo de la protagonista a sus orígenes humildes a la progresiva anulación de su personalidad a manos del universo burgués. Por su rigor formal, Ximinoa puede recordar al Nuevo Cine Rumano, a la obra de Michael Haneke o a la inolvidable La ceremonia de Claude Chabrol, aunque la crítica de Leemans a la realidad sociopolítica de la Francia contemporánea no conlleva una renuncia a la empatía y la esperanza, condensadas en los momentos de juego que comparten June y Constance.