Me han propuesto que escriba sobre el cine de Jacques Rivette desde una perspectiva personal. En un momento, la idea me ha parecido descabellada. Hasta cierto punto, impúdica. Sin embargo, luego he pensado que esta debe ser la única manera de canalizar esta extraña sensación, la de la pérdida de alguien a quien nunca conocí. También pienso que quizá vale la pena romper el caparazón con el que a veces envuelvo el ejercicio de la crítica. Además, esta cuestión, la de lo impúdico, ¡tiene tanto que ver con el cine de Rivette! Siempre se planteó dónde estaban los límites morales del gesto cinematográfico, de la puesta en escena. Así, quisiera no traspasar estas fronteras, manejarme en el punto exacto de la primera persona.
El tiempo me enseñó que Rivette no solo era responsable de algunas de las películas que más me han fascinado en la vida, sino también de algunos de los textos críticos que más me han influido a la hora de ejercer mi trabajo. Ningún otro director ha atravesado mi cinefilia de manera más rotunda. Viajé a París para ver Out 1, noli me tangere. Compartí la experiencia con un amigo, Santi Fillol, con el que luego caminaba, de vuelta a casa, comentando la película, que tuvimos que ver por episodios, a lo largo de tres días. De Beaubourg a Belleville, con las imágenes de los cuerpos de los actores dando tumbos por nuestras cabezas. Hablábamos mucho. Recuerdo que comentamos cómo los personajes de Juliet Berto y Jean-Pierre Léaud parecían satélites: dos de los grandes actores de la Nouvelle Vague dando vueltas alrededor de los demás. No puedo disociar Out 1 de aquellos paseos, que eran como un juego de pistas. El juego, el complot, el cuerpo, el teatro, París, los fantasmas… palabras que hablan de su cine, palabras para intentar desvelar el misterio, el de la casa de Céline et Julie vont en bateau, el de la cicatriz de la que brota sangre en Histoire de Marie et Julien, el de una ventana que sugiere la presencia de un fantasma en Hurlevent.
L’amour fou la vi en una proyección en Barcelona. De repente, todo cobró sentido. Ahí estaba su cine, pero también los ecos de Cassavetes (el teatro y la pareja), y en cierta manera de Garrel (la pareja y la pareja). De la misma manera, al ver el documental de Serge Daney y Claire Denis para la serie Cineastas de nuestro tiempo, el vínculo entre el Rivette crítico y el Rivette cineasta se hizo más hondo. Ahí, él teorizaba sobre el pudor de lo impúdico, cuando aun no había estrenado La bella mentirosa, una película que trata (que piensa, me atrevería a decir) esencialmente de eso.
Hablando de Emmanuelle Béart… qué respeto, con qué ternura y emoción hablan de él sus actrices. Recuerdo que estaba sentada en la cocina de mi piso parisino cuando leí una entrevista a Béart, en la que hablaba del rodaje de La bella mentirosa. Decía que hubo un momento en el que le entró el pánico y salió corriendo del set, abrumada por su desnudez, por el hecho de mostrar su cuerpo. Decía entonces que Rivette la fue a buscar y que le dijo que no se preocupara, que estaba muy bella. Béart añadía que le han dicho muchas veces lo bella que es, pero que nunca nadie se lo había dicho de aquella manera. Pensé que, en cierto modo, Rivette la había protegido, la había tapado con sus palabras. Debió hacer que se sintiera con confianza, como hacen los buenos directores de actores. Pensé, también, que aquella frase nos ha permitido gozar de una de las películas más ejemplares que existen sobre cómo filmar el cuerpo, sobre aquel pudor de lo impúdico.
Entrevisté a otra de sus actrices, Jeanne Balibar, por una de sus películas. Y escribí sobre Bulle Ogier (¿fue ella, quizá, la actriz más fetiche de sus actrices fetiche?). Vi a Jane Birkin presentar su última película, El último verano (36 vues du Pic Saint-Loup), en Viena. Aquella noche, Birkin dijo que después de esa no habría más películas de Rivette. Me quedé clavada en la butaca; aunque algo de eso pude intuir al ver la película, un tono crepuscular, la brevedad de una despedida. Luego, fui andando a casa, del Gartenbaukino hasta Taborstrasse. Otro paseo, otra conversación, otro estar en contacto con el lugar, con el cine, con el pensamiento.