(Fotografía: Jonas Mekas. Exposición I SING AND I CELEBRATE, Filmadrid 2017. @ Domenico Cali)

11 de mayo 2017

Dear Jonas:

Did you have the time to think about a title for the exhibition?
We are looking forward to hearing from you soon!

Nuria

11 de mayo 2017 

what about like this: I SING AND I CELEBRATE

-Jonas

Lo primero fue el calor de ese junio sin igual. Las mediciones daban 45º a la sombra y en el museo La Neomudéjar el equipo estaba con sandalias y camisetas de tirantes preparando la exposición. De cuando en cuando, el mismo mensaje a nuestros correos, a nuestros teléfonos: “¿Pero de verdad viene Mekas?”. La noticia era demasiado grande. Nadie lo terminaba de creer. Tampoco nosotros. Pero la posibilidad estaba ahí: Jonas Mekas visitaría la Documenta de Kassel, aprovecharía para ir a Berlín y Atenas, y había asegurado que se daría un salto a Madrid para visitar cierto festival joven que quería rendirle un homenaje muy especial.

Él mismo llegó a decir que no venía. Semanas después, ya entre nosotros, Mekas contaría que el hecho de que la expo incluyera su obra gráfica fue el detalle final que le convenció de que merecería la pena. Reconocido por su trabajo fílmico y también por sus diarios, pocas veces surgió la oportunidad de apreciar su archivo fotográfico como muestra de su amplitud creativa. Cuando llegaron a Madrid los treinta y siete retratos de Birth of a Nation la emoción fue muy intensa. Al desembalar esas fotografías, imágenes de una plasticidad espectacular, y colgar en las paredes todos aquellos rostros de sus amigos, la sensación fue de estar asistiendo a un ritual, a un homenaje íntimo, no solo hacia el propio Mekas sino a toda una generación de cineastas.

El día que aterrizó su avión la espera se hizo eterna. Todos los pasajeros de su vuelo salieron pero no había ni rastro de él. Siempre estaba la posibilidad de una cancelación de última hora y surgió la pregunta: “¿Ahora cómo decir a los demás que no ha llegado?”. Pero ahí aparecieron Jonas y su hijo Sebastian, caminando despacio, apacibles, sonrientes. Se excusaron: habían tenido un pequeño retraso con sus maletas. El golpe de calor hizo sudar a Sebastian pero Jonas ni se inmutó. En ninguno de sus días en Madrid, a pesar de los varios momentos calurosos que pasaría, se iba a quitar la chaqueta azul o su sombrero identificativo. Inmune a la meteorología, Mekas había venido a disfrutar.

El día que visitó su exposición fue algo insólito. Más de cien personas, entre cinéfilos, periodistas y estrellas de Telecinco, lo seguían atentamente. Él avanzaba describiendo con paciencia la historia de sus fotografías, de sus fotogramas, de sus películas. Los demás sonreían, asentían. Estaban hechizados. Después sacó su cámara y empezó a grabarlos. Era mágico, inquietante. No fue un artista más que profundizaba su obra delante de todos: lo recibieron como a un ídolo. Pero hubo Jonas Mekas para todos, para los que fueron a ver a la celebridad y para los que fueron testigos de esa inmanente conexión entre su vida y su obra. Cerca de él se entendía mejor algo que ha repetido innumerables veces: Yo reacciono a la vida. Veíamos sus gestos, el agrado o disgusto que le generaba algo o alguien de manera espontánea. Tanto se ha dicho sobre el ‘yo’ en Mekas y ahí estaba, registrando la vida cotidiana frente a todos. Esa tarde presentó su libro Cuaderno de los sesenta acompañado por Ado Arrietta, Deborah Stratman, Roger Koza, Ariel Schweitzer, Manuel Asín y Ezequiel Fanegas de la editorial Caja Negra. Arrietta lo llamó el Mozart del cine. Koza recordó que mientras muchos cineastas buscan los grandes acontecimientos, Mekas filma lo microscópico, convirtiendo la experiencia doméstica en una experiencia estética. Hace calor. Hay preguntas. Jonas se indigna cuando le hablan de cine experimental: “¡No hago experimentos, ninguno de mis amigos hace experimentos! ¡Somos cineastas! ¡Llamar ‘experimental’ a una película es no tomarla en serio!”. Aplausos. Algunos gritos de júbilo. Al otro lado de la sala, tras bambalinas, las personas que habían organizado esto rompían a llorar.

Sebastian y Jonas, padre e hijo. Casa de Campo. Vanguardias Live FILMADRID 2017. Foto: Domenico Cali.

Su agenda no daba tiempo al descanso. Un día visitó Máster LAV por la mañana (lo recibieron con vino y acordeón). Conversó sobre sus libros al mediodía. Tuvo un encuentro con el público por la tarde. Fue a una proyección al aire libre en Casa de Campo por la noche. Y, ¡a medianoche!, concedió una entrevista en vivo a 24h de Televisión Española. Mientras todos sudábamos de manera poco decorosa, él seguía imparable y vigoroso de un lugar a otro, grabando gente, firmando autógrafos o haciendo dibujos según su humor. A diferencia de esa volatilidad del exiliado errante de sus diarios, a sus 94 años Jonas Mekas avanzaba firme y constante. Un día antes de su despedida aún no se había cruzado con Laura Mulvey, presente también en Filmadrid. El destino concedió la oportunidad y ambos se encontraron en un taxi. Llevaban años sin verse. Hablaron de Madrid, de sus viajes recientes, de lo mal que estaba el mundo. “Vamos hacia el abismo pero el abismo será la salvación”, comentó Mekas, “no tendremos más remedio que reaccionar y empezar de nuevo”. Entraron juntos al Cine Doré para la proyección especial de Reminiscencias de un viaje a Lituania.

Al día siguiente fue la despedida y en el aeropuerto, por fin, hubo un rato para charlar con calma. Nos sentamos y nos contó su impresión sobre su viaje europeo. Habló de lo grandilocuente que había visto el mundo del arte, con eventos que soñaban con las presentaciones más grandes posibles, y el poco espacio que hay para las cosas pequeñas. “Todos quieren crecer, innovar, hacer industria, pero no todo el cine ni toda la música es para auditorios enormes”, comentó mientras hacía sus últimos dibujos, esta vez en el catálogo del festival. “Pero en Madrid hay una buena comunidad”. Esto, saliendo de la boca de aquel que nunca volvió a su hogar pero que encontró en la comunidad del cine una nueva patria, no pudo ser más emocionante. Antes de irse nos invitó a que fuéramos a Nueva York a visitarlo. “Sería maravilloso”, fue la respuesta. Y se fue. Y con él, su chaqueta azul, su sombrero y su pequeña cámara.

Con los meses, terminado el festival y ya de regreso a la vida diaria, su recuerdo se hizo presente de manera constante. Fuimos conscientes de que habíamos aprendido mucho en esos días con él. No fuimos sus amigos, ese círculo íntimo estaba destinado a otros seres admirables. Pero fue una suerte única estar presente en un momento de su vida. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a él y a Sebastian por esa visita.

Según la Agencia Estatal de Metereología, ese junio de 2017 fue el más caluroso de España desde 1965. Estamos plenamente convencidos que la presencia de Mekas en Madrid tuvo algo que ver con ello.

Nuria Cubas
Fernando Vílchez