Gremlins refleja claramente una de las características que hizo significativas a algunas de las películas de los ochenta y que hoy por hoy, en plena nostalgia y apuesta por el simulacro, parece imposible recuperar: realizar una película infantil pero fuera de targets de mercado. Un ejemplo diáfano vendría a ser esa magnífica secuencia en la que se habla sin tapujos de la muerte de Santa Claus. Aquí no hay reparos en tratar al espectador como a un adulto porque Gremlins sabe que parte de lo que define a un niño es, precisamente, sus miedos. A medio camino entre una película de terror considerablemente sangrienta, y una comedia de gags donde los monstruos del título son tan crueles como gamberros, Gremlins es uno de los grandes títulos navideños de las últimas décadas. Un Joe Dante en plena forma que consiguió encerrar en un pequeño pueblo estadounidense tanto el mejor Hollywood como la mejor serie B. Endika Rey

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