Página web del Festival ArteKino, que ofrece del 30 de septiembre al 9 de octubre, una selección de 10 películas europeas que se pueden ver gratis online.

WILD. Nicolette Krebitz. 97 minutos. Alemania (2016). Con Lilith Stangenberg, Georg Friedrich, Silke Bodenbender, Saskia Rosendahl.

En su anterior película, The Heart Is A Dark Forest, Nicolette Krebitz narraba la emancipación vital de una mujer adulta, desencadenada por el descubrimiento de la familia secreta de su marido. Ahora, nueve años después, la cineasta alemana ha desplegado una trama similar en Wild, una singular obra de terror psicológico. La protagonista de este tercer largometraje, aclamado en los festivales de Sundance y Rotterdam, es una joven –también vulgar, conformista, gris y sumisa como su antiheroína precedente– que experimenta una revelación sobre su lugar como mujer en el mundo al entrar en contacto con una fiera que merodea por su vecindario. En Wild, Krebitz acota y radicaliza el discurso feminista –tan presente a lo largo de su escueta filmografía– dirigiéndolo hacia una senda extremista que literalmente se fundamenta en el odio al género masculino. En este sentido, la progresiva transformación (o, más bien, animalización) de la protagonista da pie a una vendetta imparable contra todo aquello que representa el sistema patriarcal, iniciando un espiral erótico-violenta que remite a la película culto francesa Baise-moi. Según Krebitz, una mujer liberada es una mujer enamorada de su lado salvaje. Un veredicto que la directora plasma de forma metafórica a través de la historia de amor macabra entre Ania (interpretada por la sensacional Lilith Stangenberg) y un lobo. Transgresora, incómoda y fascinante, Wild se erige en una revisión del mito de La Bella y la Bestia en clave feminista, con ecos de Repulsión, la obra maestra de Roman Polanski. Así, en su tentativa de acercarse al cine de género, Krebitz ha dirigido su mejor película hasta la fecha. Su destreza a la hora de modelar el terror se advierte en la reducción de éste a dos únicos elementos: la imprevisibilidad y una imparable tensión electrizante (fruto de la banda sonora que han compuesto especialmente el dúo Terranova). Carlota Moseguí

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JOHN FROM. João Nicolau. 100 minutos. Portugal (2015). Con Julia Palha, Clara Riedenstein, Filipe Vargas, Leonor Silveira, Adriano Luz.

¿Puede el tema de una película alterar las reglas lógicas de la ficción? La respuesta puede ser afirmativa cuando el film busca poner en escena la subjetividad de un protagonista que camina hacia la locura. En este sentido, si interpretamos el amor como una alucinación de la conciencia, no debería extrañarnos el osado planteamiento formal del segundo largometraje del cineasta portugués João Nicolau. Así, John From arranca como un relato realista sobre las peripecias de una adolescente (Julia Palha) enamorada en secreto de su vecino veinte años mayor que ella (Filipe Vargas). Pero, progresivamente, ciertos elementos sobrenaturales se añaden a la historia, sin ninguna explicación que revele su aparición, pues su misión es transformar la ficción en una representación metafórica de los efectos alucinógenos que experimenta todo individuo que se halla cegado por el primer amor de juventud. Con tan sólo tres personajes principales –la chica, su mejor amiga y el amado– y dos satélites –la madre y padre de la protagonista–, John From juega a destruir los códigos verosímiles de la película e inventar otros nuevos que abracen el surrealismo. Este brillante homenaje al savoir-faire de Eugène Green se sitúa a medio camino entre el humor seco de Miguel Gomes y el retrato preciosista del universo femenino de Virgil Vernier en Mercuriales. Tras maravillarnos con A Espada e a Rosa y su espléndido cortometraje, Gambozinos, John From es el film definitivo que ha investido a João Nicolau como nuevo referente del cine portugués. Carlota Moseguí

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LA MORT DE LOUIS XIV. Albert Serra. 115 minutos. España (2016). Con Jean-Pierre Léaud, Patrick d’Assumçao, Marc Susini.

La mort de Louis XIV es una película concentrada íntegramente en el título, pues todo lo que en ella presenciamos es la agonía y muerte de Luís XIV; las postrimerías de la vida de un hombre pero, también, el final del reinado más longevo de la historia de Francia, encarnado en la pantalla por un rostro, el de Jean-Pierre Léaud, que ha envejecido frente a los ojos de distintas generaciones de espectadores, atravesando distintas edades del cine francés, y en el que ya no nos es posible ver al personaje, sino solamente al actor-icono. Uno de los mayores puntos de interés de La mort de Louis XIV es cómo la cronología histórica de los hechos permite a Serra realizar una maniobra de alejamiento consciente de sus trabajos previos. La inmovilidad forzosa del monarca marca distancias respecto a los periplos del Quijote en Honor de cavalleria, de los Reyes Magos en El cant dels ocells, y de Casanova en Història de la meva mort. En un primer momento, a Serra (o a la idea que tenemos de lo que debe ser una película suya) parece costarle un poco adaptarse a esta nueva situación: el estatismo se compensa con un montaje algo más impaciente de lo que sería habitual en él, y los diálogos en francés suenan mucho menos libres y espontáneos que el gozoso catalán de su filmografía previa.

Un temprano instante de ternura entre el rey y sus perros nos anima a mantener la confianza durante el titubeante inicio del film, que va ganando convicción y espesura a medida que la enfermedad se va adueñando del plano. Cuando la gangrena que afecta una de las piernas de Luís XIV se hace gravemente patente, las secuencias adquieren una continuidad infrecuente en Serra. Ya no hay tiempo para digresiones ni para la cotidianeidad de los mitos; solo podemos acompañar al personaje en el declive de su cuerpo, mientras a su alrededor se amontonan médicos incapaces de decidir qué tratamiento seguir, y charlatanes que prometen remedios milagrosos. El camino mortuorio de La mort de Louis XIV es también el de unas imágenes que se van volviendo puramente físicas, demoliendo el aura mítica para quedarse exclusivamente con el hedor de la carne enferma, reduciendo los iconos a, literalmente, un saco de vísceras, y clausurándose con la sentencia más lapidaria que ha dado el cine de Albert Serra; una frase, “La próxima vez lo haremos mejor”, que interpela tanto a los personajes de la ficción como a los espectadores, devolviéndonos a una zona ambigua entre las lecturas concretas y el mensaje de ambición universal. Gerard Casau

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SUNTAN. Agyris Papadimitropoulos. 104 minutos. Gracia, Alemania (2016). Con Makis Papadimitriou, Elli Tringou, Dimi Hart.

Presentado en la pasada edición del Festival de Rotterdam, Suntan es la tercera película del realizador griego Agyris Papadimitropoulos, la segunda con la que compitió por el Hivos Tiger Award de Rotterdam después de Wasted Youth, que codirigió junto a Jan Vogel. En esta ocasión, Papadimitropoulos sorprendió con un macabro thriller psicológico disfrazado de dulce historia de amor entre una veinteañera y un médico en plena crisis de los cuarenta. Desarrollada en la paradisíaca isla de Antiparos, la ficción narra el encuentro veraniego entre Anna (Elli Triggou) y Kostis (Efthymis Papadimitriou, a quien vimos en L o Chevalier). Al principio, la aparición de Anna transforma la triste y monótona cotidianidad del doctor en una vida llena de excesos. Sin embargo, las cosas no saldrán como el protagonista había imaginado, y ese cambio de planes ocasiona una serie de terroríficas consecuencias. Sin lugar a dudas, el éxito del film proviene de las sorpresas que esconde su espléndido guión, a cargo del director de la polémica A Blast, Syllas Tzoumeikas. Carlota Moseguí

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BELLA E PERDUTA. Pietro Marcello. 87 minutos. Italia/Francia (2015). PELÍCULA NO DESPONIBLE EN ESPAÑA.

Entre Albert Serra y Raymond Depardon (sí, entre semejantes extremos de la expresión cinematográfica) se ubica Bella e perduta, una película que bebe tanto de la ficción más absurda como del documental etnográfico. El director de la magistral La boca del lobo narra la historia de Pulcinella, un patético sirviente enmascarado que proviene de las profundidades del monte Vesubio para establecer comunicación entre los vivos y los muertos ¿A qué llega a la Caserta contemporánea? A ayudar a un simple campesino, Tomasso, a cumplir un último deseo: salvar a un joven búfalo llamado Sarchiopone ¿Quieren más? La película está narrada a través de la voz off del… ¡animal! (a cargo de Elio Germano). Y Tomasso, además de cuidar a su ganado, se ocupa de mantener el castillo de Carditello, una magnífica obra arquitectónica de los Borbones del siglo XVIII arrasada por el paso del tiempo y los sucesivos robos. Y, ya en el terreno del cinéma-verité, hay imágenes de refriegas policiales contra pobladores locales en diversas manifestaciones de protesta.

Así de disparatado, fascinante, contradictorio y audaz es este híbrido, este patchwork narrativo y visual, que es al mismo tiempo una alegoría política sobre Italia, un ensayo íntimo y social, y un poema fílmico ¿Qué por momento peca de solemne y pretencioso? Puede ser, pero Marcello tiene con qué valerse para sostener sus ambiciones. Un artista lleno de ideas, una de las miradas más llamativas y valiosas surgidas del cine italiano en los últimos años. Diego Batlle