Página web del D’A – Festival internacional de cinema d’autor de Barcelona.

FREE FIRE. Ben Wheatley. 91 minutos. Reino Unido, Francia (2016). Con Armie Hammer, Brie Larson, Sharlto Copley, Cillian Murphy.

En la ballardiana High-Rise, Ben Wheatley se encerraba en un rascacielos londinense, y ahora con Free Fire se encierra en una nave abandonada en Boston. Ambos espacios son como ollas a presión donde confina a sus personajes hasta ponerlos en ebullición, territorios privilegiado para el surgimiento del caos y la salvaje violencia. Ambas películas transcurren a mediados de los años setenta, cuya reconocible estética y música forman parte consustancial de la propuesta. Free Fire es en todo caso una película más pequeña, más portátil, más manejable que la hiperambiciosa High-Rise, que avanzaba sin aliento víctima de su atrofia, pero que precisamente era en esa desproporción de energías donde expresaba su discurso más pregnante. Free Fire hace gala de una perpetua tensión cómica, construida como una pieza teatral de perros encerrados al estilo Reservoir Dogs –pero sin los flashbacks, aquí todo avanza bajo el dictado de un reloj que cuenta las balas que se disparan, muchas más que los 90 minutos de metraje, más cerca de sus 5.400 segundos–, donde la crónica pulp se transmuta en juego de supervivencia.

Free Fire es una película apasionante y apasionada, un sangriento carrusel de adrenalina y armas de fuego, una oda al humor como salvoconducto para cruzar el alambre de la vida y la muerte. Dos bandas de personajes estrafalarios se citan en una nave industrial abandonada para cerrar la transacción comercial de un arsenal de rifles automáticos. La cosa no empieza bien cuando los proveedores pretenden dar el cambiazo de unas M16 por unas AK-47, pero ese será el menor de los problemas. Cuando un inesperado y desagradable pleito se inmiscuye en las negociaciones, la semilla de la venganza personal se apodera del encuentro y se desata una guerra abierta. Imaginen lo que puede deparar un tiroteo entre miembros del IRA, gánsters de la mafia de Boston, mercenarios del crimen y varios despojos sociales de alma heroica. Wheatley está dispuesto a extraer todo el humor posible de la situación, y el estiradísimo, extenuante tiroteo opta por representar aquello que no se suele representar: la dificultad de matar y de morir. La imposibilidad de ser un héroe en el infierno. Carlos Reviriego

HERMIA & HELENA. Matías Piñeiro. 87 minutos. Estados Unidos, Argentina (2016). Con Agustina Muñoz, María Villar, Mati Diop, Keith Poulson.

El año 2010 fue un año decisivo para Matías Piñeiro. Tras dirigir A propósito de Buenos Aires, El hombre robado y Todos mienten, el cineasta argentino inició lo que se convertiría en una suerte de tributo prolongado al mejor dramaturgo de todos los tiempos: William Shakespeare. Sus últimos films (La princesa de Francia, Rosalinda y Viola) son revisiones íntimas –no adaptaciones– de tres comedias del escritor inglés, Trabajos de amor perdidos, Noche de reyes y Cómo gustéis. En su nuevo trabajo, Hermia & Helena, Piñeiro se aproxima a Sueño de una noche de verano a través de dos personajes femeninos y “secundarios” de la obra original –la hija de Egeo y su mejor amiga–, cuyos rasgos psicológicos y tipológicos se desperdigan por todos los personajes de la película, principales y secundarios, masculinos y femeninos. Cabe decir que las “vivencias” de los protagonistas, que se pasean por localizaciones poco turísticas de Manhattan –en un intento consciente por destruir la imagen idealizada de Nueva York que universalizó el cine de Woody Allen– no serán las únicas escenas que verán los espectadores de Hermia & Helena, una película estructura en torno a duetos actorales. La exquisita trama rohmeriana del film se alterna con una representación insólita de la traducción de Sueño de una noche de verano. El fantasma de Shakespeare se materializará en la ficción imprimiendo palabras de su célebre comedia sobre las imágenes o convirtiendo los fotogramas al negativo. Sin embargo, Shakespeare no es el único espíritu que vaga por Hermia & Helena. La musa de Yasujirō Ozu, Setsuko Hara, a quien Piñeiro ha dedicado su película, se introduce en la mente de Camila para que pronuncie uno de sus versos más célebres: “La vida es decepcionante”. Carlota Moseguí

SCARRED HEARTS. Radu Jude. 141 minutos. Rumanía, Alemania (2016). Con Serban Pavlu, Gabriel Spahiu, Sofia Nicolaescu

Pantalla casi cuadrada con bordes redondeados. Cámara prácticamente siempre fija. Imágenes en 35 milímetros. Biopic. Película de época (transcurre en 1937). La nueva apuesta de Radu Jude no se parece en nada al nuevo cine rumano, aunque tiene una solidez formal, una fluidez, una inteligencia y una solvencia actoral que sí remite a ese país generador de pequeñas maravillas. Tras The Happiest Girl in the World (2009) y Aferim! (2015), Jude se inspiró muy libremente para Scarred Hearts en la corta existencia de Max Blecher, un autor judío-rumano cuyos breves textos aparecen intercalados en pantalla durante los (extensos pero no arduos) 141 minutos del relato.

Al veinteañero Emanuel (Lucian Teodor Rus) le diagnostican tuberculosis en el inicio del film y es enviado al sanatorio Carmen Sylva, a orillas del Mar Negro. Pese a que pasará toda la película postrado en su camilla y encerrado entre cuatro paredes, el protagonista jamás perderá el buen humor y la inteligencia en tiempos de creciente antisemitismo. Y hasta se las ingeniará para seducir a una bella paciente que tiene una pierna inmovilizada. En ese sentido, las tragicómicas escenas de sexo entre ambos son fabulosas. Para una película de esta duración, con los protagonistas y la cámara casi inmóviles, Jude hace maravillas con la puesta en escena, dotando a la narración de una extraña vitalidad, de una ligereza y una elegancia sin ostentaciones, apelando cuando hace falta a la emoción, pero con un humor negro que se agradece. Diego Batlle

BORIS SANS BÉATRICE. Denis Coté. 93 minutos. Canadá (2016). Con  James Hyndman, Simone-Élise Girard, Denis Lavant, Isolda Dychauk.

Tras el Oso de Plata que recibió en la Berlinale de 2013 por Vic + Flo ont vu un ours, el canadiense Coté retornó a la competición este año con Boris sans Béatrice, que dejó sin palabras a los críticos en su pase de prensa. La película es una exquisita comedia negra sobre un hombre (James Hyndman) que debe dejar atrás su vanidad para salvar a su esposa (Simone-Élise Girard) de una depresión que la ha dejado catatónica. Boris sans Béatrice retrata la transformación psicológica de un marido infiel y padre ausente a través de unos toques surrealistas que remiten al universo lynchiano; por ejemplo, las apariciones nocturnas de Denis Lavant, encarnando la conciencia del vil protagonista.

La cámara de Côté, siempre inquieta e impredecible, se mueve cual presencia fantasmal por el interior de una casa de paredes blancas donde transcurre la mayor parte del film, brindando espléndidos travellings y evitando el plano-contraplano a toda costa. De este modo, el tema esencial de la cinta –la incomunicación marital– se traslada a las decisiones formales de toda la película; sobre todo, en los planos donde el autor rompe el eje para que las miradas nunca se crucen durante los diálogos, en la cadencia sosegada del montaje o en la música instrumental sin melodía que crea una atmósfera de otro planeta. Carlota Moseguí

CORRESPONDÊNCIAS. Rita Azevedo Gomes. 145 minutos. Portugal (2016). Eva Truffaut, Pierre Léon, Rita Durão, Anna Leppänen, Luís Miguel Cintra.

El punto de partida de Correspondências es, precisamente, el intercambio de cartas que mantuvieron durante casi veinte años (1959-1978) los poetas Jorge de Sena y Sophia de Mello Breyner Andresen. El primero fue obligado a abandonar su país y se exilió en Brasil primero y en los Estados Unidos después. Nunca volvió a su Portugal natal. Pero Rita Azevedo Gomes no se limita a la exposición de esas cartas (bellísimas, desgarradoras, en las que cada uno exponía su visión del mundo y de la vida con una prosa única) sino que construye un patchwork, un mosaico, un rompecabezas, un collage en el que valen todos los formatos, todos los elementos, todos los recursos, todos los soportes, todas las texturas imaginables. 

Un mero recorrido por los 145 minutos de la narración permite establecer que hay imágenes de archivo, grabaciones, música (de Bach a Cuco Sánchez), efectos visuales, sobreimpresiones, fragmentos de películas (como Uma pedra no bolso, de Joaquim Pinto), cine dentro del cine (el equipo que filma es filmado), recuerdos de viajes, ensayos teatrales, puestas en escena extravagantes, crudas miradas a la represión de las dictaduras en Portugal y España; y, claro, voces en off y “famosos” (cinéfilos) leyendo en cámara en portugués francés, inglés, italiano y hasta griego: desde Eva Truffaut hasta Pierre León, pasando por el argentino Edgardo Cozarinsky. Por momentos, Correspondências “dialoga” con la obra de otros coterráneos como Manoel de Oliveira, João César Monteiro y, en menor medida, Miguel Gomes. Película ardua, exigente, extrema, radical, experimental, Correspondências es abrumadoramente bella y siempre fascinante. Una elegía cargada de significado. Un ensayo construido con paciencia, amor y talento. Diego Batlle

PARADISE. Andrei Konchalovski. 130 minutos. Rusia, Alemania (2016). Con Yuliya Vysotskaya, Peter Kurth, Philippe Duquesne.

Drama sobre el Holocausto que transcurre en la Francia ocupada, Paradise relata la historia de dos hombres y una mujer (de tres ideologías distintas) que se inmiscuyen en asuntos políticos para ‘mejorar’ la realidad que les rodea. La cinta está protagonizado por una aristócrata rusa que se une a la resistencia francesa –interpretada por una radiante Yuliya Vysotskaya–, un policía francés que colabora con los nazis (Philippe Duquesne) y un miembro de las SS destinado a supervisar las actividades de un campo de concentración (Christian Clauss). Durante el curso del relato, los tres protagonistas pondrán su vida y la de otros en peligro siguiendo sus ideales. Incómodo, nihilista y profundamente filosófico, el nuevo largometraje del veterano director ruso se aproxima al Holocausto para destapar las lacras de un mundo regido por el relativismo moral.

Ante todo, debemos señalar que la excelente Paradise –heredera del espíritu de Dostoyevski no es otra película de historias cruzadas con doble moral y una trama similar a La lista de Schindler. El acercamiento ficcionado a la Shoah propuesto por Konchalovski es uno de los más osados desde la singular, aunque menos conseguida, El hijo de Saúl. El director de El cartero de las noches blancas defiende que el cine ha banalizado y prostituido el Holocausto, y para no ser partícipe de dicha frivolización opta por renunciar a una lógica férrea. En cambio, sí profundiza sobre las escenas en las que se describen, a veces a medias, las motivaciones del comportamiento de los personajes. Por si esto no fuese suficiente, Konchalovski añade unas imágenes que simulan una especie de interrogatorio, donde los tres protagonistas narran, por separado y mirando a la cámara, la historia de su vida frente a una suerte de juez-inspector, cuyo nombre no será revelado hasta el final de los títulos de crédito. Carlota Moseguí

THE WOMAN WHO LEFT. Lav Diaz. 226 minutos. Filipinas (2016). Con Charo Santos-Concio, John Lloyd Cruz, Michael De Mesa.

The Woman Who Left supone un punto y final a la vertiente fantástica que ha definido las últimas dos producciones del filipino Lav Diaz. Amante de los maestros de la literatura rusa clásica –ya planteó una relectura contemporánea de Crimen y castigo en Norte: The End of History–, Diaz retorna con su nuevo film a su faceta hiperrealista con una adaptación libérrima del relato breve de León Tolstói Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere. Y decimos ‘libérrima’ porque la película sólo abarca el equivalente al último tercio del texto escrito en 1872.

The Woman Who Left arranca en 1997, concretamente el día en que Hong Kong recupera la soberanía china. Sin embargo, ésta no es la única noticia que será revelada en el marco de la jornada: una presidiaria es enviada al despacho de la directora de la cárcel para recibir la notificación de que su inocencia ha sido probada tras treinta años de condena. Tras ser liberada, Horecia (la veterana Charo Santos) busca reencontrarse con su familia, pero no encuentra a ninguno de sus seres queridos en su antigua casa. Llegados a este punto de la narración, las intenciones de Diaz son desveladas. Esta ficción –que algunos interpretarán como una suerte de secuela o final alternativo de Norte: The End of History, por su análoga trama de asesinatos, vendettas y falsas acusaciones– es otra fábula sobre la tragedia que acompañan a los marginados de los bajos fondos. Carlota Moseguí