El día de ayer fue una jornada singular para los devotos del cine de Paul Thomas Anderson, el creador de Magnolia, Embriagado de amor e Inherent Vice, entre otras grandes películas. Por primera vez, el estreno comercial de su nueva película no tenía como escenario una sala física sino la sala virtual del portal de internet Mubi. Así, pasadas las 12 de la noche, los fans de Anderson pudimos gozar de forma privada de la premiere global de Junun, su documental sobre la grabación del disco que da título al film, una colaboración entre Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead y autor de las tres últimas bandas sonoras de Anderson, y Shye Ben Tsur, músico israeli residente en los Estados Unidos. Con un metraje de 54 minutos, filmada en febrero de 2015 en Rayastán, Junun es un regalo para los sentidos, una fascinante meditación sobre la creación artística, y una fantasía autoral para los seguidores del director de The Master.

De entre la incesante cascada de mágicos momentos musicales que hacen palpitar Junun –surgidos, sobre todo, de la combinación de instrumentos de viento y percusión–, sobresale un brevísimo diálogo entre el ingeniero de sonido Nigel Godrich y Ben Tsur. Después de la aparición en pantalla de dos cantantes que se suman a la banda convocada por el músico israelí, Godrich pregunta: “¿Así que no entienden lo que están cantando?”. La respuesta: “No. Hay tantas lenguas diferentes en la India…”. Y ya tenemos aquí uno de los misterios de esta película casi estrictamente musical, en la que no hay más de una decena de líneas de diálogo. Cantar la canción más maravillosa sin saber lo que se está diciendo. Encontrar la compenetración perfecta sin apenas intercambiar consignas o señas: Greenwood permanece casi toda la película escondido tras su kilométrico flequillo, en un estado de reclusión creativa solo interrumpida por algún esporádico gesto de agradecimiento. Grabar lo que parece un disco impecable entre múltiples cortes de electricidad y una tendencia general a la indolencia: no es extraño que, mientras unos músicos se entregan a la interpretación, otros moren semi-adormecidos por el escenario de la película, un paradisíaco templo reconvertido en estudio de grabación.

junun

Durante los primeros minutos de Junun, Anderson toma como frágil “hilo argumental” de la película los vuelos de una paloma que revolotea por el interior del templo mientras los músicos afinan sus instrumentos. Da la impresión de que Anderson se identifica con el intruso: observa desde la distancia un espectáculo que le resulta extraño e hipnótico. En un guiño “aviar”, menos caprichoso de lo que podría parecer, Anderson toma planos aéreos del templo desde un dron. Para acentuar aún más el aura mágica de un proceso de creación intangible, inasible, las canciones no aparecen subtituladas. Impera la sensación de trance creativo, puntuada por inmersiones alucinadas en un bullicioso entorno urbano que desprende puro extrañamiento. En términos generales, Junun podría remitir al trabajo documental del español Lluis Escartín, infatigable explorador de la distancia que nos separa de los otros.

Junun hace pensar inevitablemente en la fascinación que despertó la música hindú en los Beatles y en las formas del cine directo que instauraron Maysles, Pennebaker y compañía. Por su parte, los connaisseur del universo de Anderson tendrán mucho que procesar. Ahí está el travelling scorsesiano que va del tejado del templo hasta el interior del improvisado estudio de grabación; los planos tentativos, de rostro en rostro, que remiten al cine de John Cassavetes; el arrebato de montaje sinfónico, a la Terrence Malick, con el que culmina la película. En general, como ocurre en el cine de Anderson desde que se topo con esa bestia de la interpretación llamada Daniel Day-Lewis, la cámara está al servicio de los personajes y no al revés.

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Pese a algún desliz exotista –ese “alimentador” de rapaces que no sabemos muy bien qué pinta en la película–, Junun funciona como una pequeña pieza de orfebrería observacional. Encadenando temas musicales sin solución de continuidad, como en un flujo de conciencia rítmico y melódico, la película perfila un esquivo magma de tiempos muertos y momentos de inspiración musical. Finalmente, lo mejor que puede decirse de Junun es que rehuye los patrones identificables, se reformula periódicamente: cada canción parece filmada de forma singular, atendiendo a su estructura y personalidad, observada por un cineasta que asume su condición de forastero en el corazón de la creación musical.

Visionado de Junun en Mubi.