Antonio M. Arenas (DocumentaMadrid)

Un festival de cine documental no puede darle la espalda a la realidad política actual. Aunque lo quiera evitar, se termina filtrando de algún modo, acaba encontrando una forma de hacerse eco en la pantalla. No es el caso de DocumentaMadrid, que sin tratarse de un festival de denuncia, ha visibilizado, en el seno de su programación, problemáticas sociales y cuestiones políticas de relevancia que el jurado ha sabido reconocer en su palmarés. Ya sea desde el seguimiento al “impeachment” que acabó con el gobierno brasileño en O processo, Premio al Mejor Largometraje Internacional, al activismo contra los desahucios de La grieta, reconocida por el jurado como Mejor Largometraje Nacional, o la reflexión sobre el ascenso de la ultraderecha francesa en Mes voisins, chronique d’une élection, encontramos tres visiones que se complementan, arrojando distintas aristas de las causas y consecuencias que tienen las decisiones políticas en nuestras vidas.

O processo es la exhaustiva crónica periodística del juicio político a la presidenta brasileña Dilma Roussef. Durante más de dos horas, utilizando en esencia material de la cámara del congreso nacional, la realizadora brasileño-neerlandesa Maria Ramos expone con sumo rigor el absurdo de una investigación que concluimos no respondía a ningún delito del que Dilma Rousseff pudiera ser acusada, sino al interés de la (corrupta) oposición por frenar las políticas sociales y lucrarse con los acuerdos petrolíferos. No deja de ser irónico, terriblemente irónico, de hecho, que su valor informativo sea su principal exponente, lo que subraya la falta de atención que los medios le dedicaron en su momento. El juicio político que da título al film se inició el 2 de diciembre de 2015 y concluyó el 31 de agosto de 2016 con la destitución de Dilma Rousseff, periodo que abarca la película en toda su extensión, por medio de textos en pantalla que nos sitúan en cada momento del proceso, siguiendo cronológicamente los hechos. Punteando las comparecencias, con un estilo en ocasiones próximo al cinema verité, la película se asoma a la trastienda política con lucidez, aspirando a desmontarla. Como resulta inevitable cuando se aborda un asunto de este calado, la directora se posiciona, pero afortunadamente lo hace a través de las decisiones de montaje y puesta en escena, dando forma a un documento histórico fundamental para comprender lo ocurrido, pero también a una aguda sátira de la clase política y del circo mediático levantado a su alrededor.

Por su parte, Irene Yagüe y Alberto G. Ortiz se adentran con La grieta en la realidad de las familias españolas que viven amenazadas con ser expulsadas de sus viviendas. No sé si recuerdan cierto artículo de la Constitución Española. Pues eso. Y lo hacen con cercanía, sensibilidad y espíritu inconformista, contagiados por la vitalidad con la que luchan los activistas contra los desahucios. Pero este no es un documental periodístico que aborde el tema en su sentido más estricto, aunque sepa apuntar a los responsables, los gobiernos madrileños del PP que traspasaron vivienda pública a fondos buitres, sino que está realizado desde un prisma particular. La película sitúa su eje en el interior del patio de viviendas de un edificio del barrio de Villaverde, en Madrid, donde varios vecinos resisten en hermandad a las órdenes judiciales de desalojo. Es de alabar la postura que adoptan los cineastas, dispuestos a no quedarse en la denuncia social más almibarada, sino a generar espacios de esperanza y resistencia. Por momentos demoledora, es imposible no sentir rabia y frustración en algunos de los pasajes de La grieta. En cualquier caso, aunque el prólogo y el epílogo estén inteligentemente resueltos, el conjunto deja la sensación de carecer de la perspectiva suficiente para generar un discurso más ambicioso alrededor del objeto de estudio, un discurso capaz de trascender el humilde retrato de las vidas de sus protagonistas.

Por su contra, en Mes voisins, chronique d’une élection no vislumbramos ni lo uno ni lo otro. El director de origen español Joseph Gordillo cuenta con un interesante material entre manos, el impacto que tiene el ascenso de Marine LePen y la ultraderecha en el pequeño pueblo francés en el que reside, pero ni sabe qué quiere contar ni cómo hacerlo. En primer lugar, el formato ancho elegido resulta incomprensible, un ratio de imagen panorámico que contrasta con la cercanía que pretende transmitir su planteamiento. Decisión formal que además renuncia a aprovechar a través de la puesta en escena. Es precisamente esa falta de posición tras la cámara la que condiciona el documental, pobre en forma y contenido, que divaga con escenificadas secuencias cotidianas de escaso interés. Pero lo que resulta más grave, en su ausencia de punto de vista cinematográfico corre el riesgo de justificar o validar las opiniones de sus vecinos, en lugar de conducirlas hacia un debate de mayor alcance que, por desgracia, no supimos encontrar en sus imágenes.