Si en Honor de cavallería Serra utilizaba la figura del Quijote para deconstruir el mito a través de sus tiempos muertos y en Història de la meva mort se centraba en un Casanova y un Drácula despojados de sus identidades culturales, en esta ocasión el director de Banyoles se acerca al final de la figura del Rey Sol. La muerte de Luis XIV es, en palabras de Manu Yáñez, “una autopsia fílmica: la cronología de los hechos permanece intacta pero la trayectoria, el contexto y el legado del Luís XIV se revelan, sobre todo, a partir de gestos fugaces o elocuentes, así como en frases cazadas al vuelo. Un magma expresivo en el que la muerte se presenta como una figura concreta y a la vez abstracta”. En este sentido, resulta imposible olvidar instantes como aquel en que un sediento Luis XIV exige beber agua en una copa de cristal o aquel otro en que el monarca saluda a sus emocionados fieles con un sombrero desde su cama mortuoria. Todo anticipa un final, pero la película se resiste a ser un corte a negro y opta por dos horas de ligero fundido respecto a la figura del rey. Este foco no es el único mérito de una película absolutamente consecuente: por ejemplo, cuando un charlatán aparece en escena con un mágico elixir que podría curar al monarca, la secuencia deriva a un Luis XIV fuera de campo que, sin embargo, también está presente en el plano desde la ausencia. La muerte de Luis XIV es tal vez la película más redonda de Serra, en gran parte debido a la presencia imponente de Jean-Pierre Léaud en la que seguramente es una de las mejores interpretaciones del año. ER

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