Siguen cayendo, como una lluvia incesante, débil pero constante, las proyecciones para las que ha sido una de las películas del año que hemos despedido: el más reciente largometraje del cineasta de Banyoles Albert Serra, estrenado en nuestro país casi de incógnito, y casi con vergüenza. Quizás uno de los mejores planes para arrancar el nuevo año. Estrenada fuera de concurso en el pasado festival de Cannes, La muerte de Luis XIV es una suerte de drama desdramatizado sobre el momento más dramático de cualquier vida: la muerte, la agonía, la desaparición. La película, encerrada en una habitación de la que apenas se permite salir, recrea los últimos días del “Rey Sol” encarnado por Jean-Pierre Léaud, actor fetiche de François Truffaut: rostro y cuerpo capital de la historia del cine, que parece despedirse del cine, del arte, y del mundo, en una actuación magistral de un cuerpo que se apaga. Contenida, y al mismo tiempo excesiva, profundamente material y materialista, hasta el detalle, la película cuenta la historia de una desaparición lenta, de un apagarse; una gangrena, un cuerpo que se apaga sin aspavientos, y una película encerrada sobre sí misma, para contemplar el tiempo que se marcha, la carne que se pudre: la muerte en acción. GdPA

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