Violeta Kovacsics

Da la sensación que Whit Stillman ha nacido para adaptar a Jane Austen. Así lo demuestra Love and Friendship, la traslación a la gran pantalla del texto de Austen Lady Susan, que narra las peripecias de una mujer desesperada por encontrar un marido tanto para ella como para su hija. El texto de Austen se construía sobre un cruce de epístolas. Stillman es esencialmente un director de la palabra, que en Metropolitan, por ejemplo, empleaba el walk and talk que tanto popularizaría una serie como El ala oeste de la casa blanca. En Love and Friendship, el director norteamericano americano hace de la palabra el eje central de la acción. Las cartas que leen los personajes se imprimen en la pantalla. Una mujer llega a corregir a su marido el modo que tiene de leerlas (“no tienes que decir la puntuación”, le reprende). Y los distintos protagonistas son presentados con un texto que les define, con sorna, como si se tratase de una obra teatral. Aquí, la acción es puramente hablada, mientras que algunos acontecimientos determinantes quedan sepultados bajo las elipsis. En una retahíla de escenas, el pretendiente de Lady Susan habla con la hija de esta, que le revela las malas intenciones de la madre; como sabremos por una conversación posterior, él abandona la familiar, y la hija le cuenta a otra mujer que todo es culpa suya… y así sucesivamente. Importan las palabras, la mentira (una acción esencialmente vinculada con el habla), las consecuencias de lo dicho.

En Metropolitan, los personajes caminaban y hablaban sobre literatura, sobre autores antiguos. En Damiselas en apuros, la protagonista, interpretada por Greta Gerwig, quería bailar ritmos del pasado, como el charleston. Incluso The Last Days of Disco ofrecía una mirada nostálgica al pasado. Aquí, sin embargo, esta inmersión en otra época carece del componente nostálgico que tan bien define el cine de Stillman. Love and Friendship es una película gozosa, en la que el diálogo vuela. “Is marriage for the whole life?” (“¿Es el matrimonio para toda la vida?”), pregunta la ingenua hija de Susan a su madre; “Not in my opinion” (“No en mi opinión”), es la respuesta pragmática y descarnada. Love and Friendship gira en torno a un personaje que manipula, que conspira; y, sin embargo, esta es una película feliz, con una criatura, el necio Sir James Martin, que debería convertirse, gracias a su (casi) monólogo en torno a los diez mandamientos, en un referente de la comedia.

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En un momento de Lo and Behold, Reveries of the Connected World, Ted Nelson, pionero de internet, le cuenta al director Werner Herzog su visión de lo que debería ser la red y la conectividad. Al final, añade que, en general, todo el mundo le considera un loco. “Para mi, usted es el más cuerdo”, le responde Herzog. Emocionado, el entrevistado no puede más que sacarle una foto al cineasta. Cómo llega Herzog a encontrar a estos “personajes” no parece un gran misterio: muchos de los testimonios de Lo and Behold son figuras ineludibles a la hora de hablar del nacimiento, desarrollo y posible futuro de internet. La pregunta debería ser otra: ¿qué hace el director para establecer esta relación con sus entrevistados, para dejar que se presten a un retrato que a menudo se mueve entre la fascinación por el discurso y una extrañeza que sobrevuela el plano?

Por Lo and Behold pasan un hacker que espió al FBI, un investigador de la Carnegie Mellon University que sostiene que en el año 2050 los robots podrán ganar el Mundial de fútbol, un hombre que, décadas atrás, tenía una agenda en papel con los contactos de todos aquellos que tenían internet… en el mundo! Sin embargo, bajo lo anecdótico, Herzog esconde un discurso profundamente humanista sobre la que seguramente es la revolución más grande de los últimos tiempos. El cineasta se empeña en poner en escena fórmulas y servidores, la parte más física de internet. En el mismo sentido, del hacker le interesa el discurso según el cual detrás de cualquier infiltración existe una negligencia humana (es posible quebrar la seguridad de una empresa como Motorola con un par de llamadas). Con los robots futbolistas, Herzog se sorprende pensando que quizá puedan ser mejores que Messi, Cristiano Ronaldo o Neymar. Y, finalmente, se pregunta, en una pirueta puramente herzogiana, si internet sueña consigo misma; una cuestión que sus inquietos entrevistados responden fascinados ante el tremendo reto.

En un momento en que el cine parece enfrentarse a un importante problema de representación (¿Cómo se filma lo virtual? ¿Cómo mostrar internet? ¿Cómo revelar lo intangible?), el director de Aguirre, la cólera de Dios ha hecho una película que presenta, analiza, disecciona y finalmente piensa sobre uno de los pilares del ser humano del siglo XXI. Lo hace con ironía, con vocación crítica y con humanismo, moviéndose en la fina línea entre el documental y la ciencia ficción, la misma que atravesaban propuestas como The Wild Bue Yonder o Fata Morgana; esa frontera entre la realidad y el disparate que convierte a Herzog no sólo en uno de los directores más importantes de la historia del cine, sino también en uno de los grandes pensadores de un presente complejo.