Tras su paso por el Festival de Locarno, la nueva película Eugene Green vuelve a mostrar las cualidades que lo han convertido en uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Los que vieron algunas de sus películas previas (las extraordinarias Le monde vivant y Le Pont des Arts, entre otras) saben que su estilo combina planos fijos y largos, actuaciones desafectadas, un montaje en el que los personajes parecen hablar a cámara, temáticas ligadas con la historia europea, y una pasión por la música y el teatro barrocos que impregna cada imagen del filme. Aquí el protagonista es Alexandre, un arquitecto que junto a su mujer viaja a Ticino, en la zona italiana de Suiza, a investigar la obra del arquitecto Francesco Borromini. Durante el viaje, la pareja conocerá a dos jóvenes hermanos que se involucrarán en sus vidas. Hay algo de Te querré siempre de Rossellini, esa misma idea del viaje de la pareja en crisis y su recorrido por zonas históricas de Italia; pero Green va por otro lado. Le interesa la dualidad entre el trabajo artístico (inspirado) y la obra de encargo (rutinaria), todo ello conectado con una angustia de la mediana edad. Finalmente, lo que se transmite es una especie de romántica nostalgia por la pasión de tiempos idos, una suerte de elegía por un pasado que parece irrecuperable pero que está en las nuevas generaciones empezar a recomponerlo, a través del contagio generacional y de la admiración por las grandes obras artísticas de la historia. Diego Lerer

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