Hace poco menos de un año, en el pasado festival de Cannes, La tortuga roja fue una de las películas que más expectación generaron. Con tan sólo cuatro cortometrajes a sus espaldas, el director holandés Michael Dudok de Witer era uno de los animadores más destacados del panorama e incluso había ganado un Oscar por Fathers & Daughters, pero el largo se le había resistido hasta esta La tortuga roja que debutó en la sección “Un certain regard” —donde ganó el premio especial del jurado—. Este miércoles el Instituto francés de Barcelona organiza un preestreno de la cinta donde asistimos a la vida de un naufrago en una isla aparentemente desierta. Sin diálogos (que no muda), La tortuga roja es una película que recurre al vacío del plano como elemento discursivo: de algún modo la paz y su ausencia quedan reflejadas en esos planos generales donde el protagonista intenta superar su aislamiento de la sociedad. El vacío, sin embargo, no le presiona ni empuja a un fuera de campo de manera violenta sino que será el que precisamente propicie su integración en el entorno. El individuo como un elemento más del paisaje y no al revés.  La tortuga roja no sólo es una de las mejores cintas del año, sino también una de las más bellas. ER

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