Pese a que la mayoría de críticos y teóricos de cine tienden a señalar Los paraguas de Cherburgo como la gran obra maestra de Jacques Demy, el que esto escribe no puede evitar pensar que aquella cinta donde el director nantés realmente consiguió el musical perfecto fue en esta aparentemente ligera Rochefort. Demy, que escogió la ciudad debido a su arquitectura militar “rigurosa y bella” y se dedicó a pintarla y a integrar a sus vecinos en la misma (como bien puede observarse en el documental que dirigió Agnes vardá 25 años después del rodaje), juega con el espacio del mismo modo que con el baile: siempre como herramienta de movimiento perpetuo. La cámara se fusiona con los números, pero también con los intérpretes. De algún modo Las señoritas de Rochefort es una película única: al mismo tiempo semilla y crepúsculo. En este sentido, la presencia de las hermanas Deneuve-Orleac es un soplo de aire fresco que nunca llega a quedar contrapuesto a la sabiduría de un Gene Kelly lejos de su juventud pero no así de su cima artística. Por decirlo claro: Las señoritas de Rochefort es un milagro en tonos pastel que, sin embargo, nunca llega a resultar azucarado. Una conjunción de elementos y equipo (Michel Legrand en el que es posiblemente su mejor trabajo, Ghislain Cloquet en un trabajo de cámara excepcional, el arte de Bernard Evein, etc) irrepetible e inagotable. ER

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