Manu Yáñez (Festival Punto de Vista, Pamplona)

En el deslumbrante arranque de su Sección Oficial, el festival Punto de Vista de Navarra ha optado por explorar una de las dialécticas esenciales del medio cinematográfico, la que relaciona la visión y la audición, o en el caso particular del mediometraje belga Ôte-toi de mon soleil de Messaline Raverdy, la imagen y la palabra. La banda de sonido del film recoge las conversaciones en persona o por teléfono de la cineasta con un hombre llamado Joseph, quien sufre el trastorno conocido como Síndrome de Diógenes. Sin preocuparse por clarificar el origen de la relación entre ambos, la película muestra a Raverdy y su equipo ayudando a Joseph a acondicionar su abarrotado apartamento: limpiando, organizando objetos en cajas o también colgando un póster de Cuentos de Tokio de Yasujirō Ozu en una de las paredes del domicilio. Inicialmente, Joseph hace gala de una reticencia cordial, una actitud que revela un estado de desazón que se hace más evidente cuando el anciano le confiesa a la directora que ha “tocado fondo”.

En cuanto a las imágenes de Ôte-toi de mon soleil que muestran en planos cerrados algunos rincones del piso de Joseph, estas figuran apenas como pequeños sostenes de la audaz propuesta de Raverdy, quien elabora unos collages audiovisuales que acompañan, guiados por una vocación poética, el serpenteante argumentario del anciano. Así, por ejemplo, las eruditas y embrolladas reflexiones de Joseph acerca del impreciso concepto de “locura” o sobre la brutalidad de los psiquiatras llegan acompañadas de imágenes de vendavales marítimos, que conectan con la aparición de un ejemplar de 20.000 leguas de viaje submarino, pero que sobre todo aluden a la condición arremolinada de las profundidades de la psique humana. En otras ocasiones, el vínculo entre palabra e imagen es más directo, como cuando las espectaculares estampas de un deshielo anteceden, de forma profética, la alusión al interés de Joseph por fertilizar el desierto de Arabia con agua procedente de los glaciares de Turquía.

A medida que avanza la película, y la relación entre cineasta y protagonista se vuelve más íntima, Raverdy se permite romper con el carácter elusivo de la propuesta, y muestra a Joseph leyendo el elegante e irónico arranque de sus memorias. Luego, sobre un prolongadísimo travelling que muestra una tupida arboleda, la voz del protagonista rememora una infancia marcada por las heridas del Holocausto (en este punto, resulta difícil no pensar en la seminal labor memorística de Claude Lanzmann). Pero la cumbre expresiva del film llega cuando Joseph lee para Raverdy una interminable lista de nombres (algunos razonables, otros absolutamente delirantes) que él ha pensado para la hija que ella espera, mientras en la imagen unas espectaculares formaciones nubosas evocan la idea de un desbordamiento físico y emocional. A la postre, además de romper con ciertas nociones asociadas al síndrome de Diógenes –contra el saber popular, Joseph es plenamente consciente de su dolencia–, Ôte-toi de mon soleil logra esquivar las trampas del paternalismo para ofrecer un testimonio vibrante de la fuerza restauradora de todo vínculo afectivo.