Paul Vecchiali juega a dibujarse a sí mismo en la piel de un anciano burgués que, en el crepúsculo de su vida, sigue suspirando por su primer amor, una añorada Marguerite que interpreta Catherine Deneuve en una breve secuencia rodada en un solo plano. El Rodolphe de Vecchiali es un viejo nostálgico que escribe los capítulos de su vida con los nombres de las mujeres que alguna vez amó. Estas antiguas amantes lo irán visitando durante la película, dejando que Vecchiali elabore una serie de reflexiones más o menos profundas, más o menos sarcásticas, y siempre un poco teñidas de amargura. La puesta en escena es mínima, casi teatral, dejando todo el peso de la película a los diálogos entre el protagonista, sus novias, su hijo –interpretado por Pascal Cervo, colaborador habitual de Vecchiali– y una serie de personajes extravagantes –entre los que cabe destacar al de Mathieu Almaric– que se pasan por la apacible villa del francés para rendirle cuentas. También hay lugar para las secuencias oníricas, monólogos y algún número musical. Entre todas estas piezas, la obra en su conjunto adquiere un tono tan liviano y relajado como lo es la personalidad de su dandi protagonista. David San Juan Bayón

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