Si David Foster Wallace llegó a comparar a Roger Federer con una revelación religiosa, cabría hacer lo propio con John McEnroe y esta experiencia cinematográfica total. Echando mano del material que grabó Gil de Kermadec para dejar constancia del astro estadounidense, y teniendo siempre en mente aquella famosa sentencia de Jean-Luc Godard (“Las películas mienten, el deporte no”), Faraut invoca la voz de Mathieu Amalric y el espíritu de Serge Daney y se encomienda a los dioses del deporte más bello del mundo. Lo demuestra la cámara ultra-lenta, el montaje obsesivo y la transición de los 16mm al 4K, infalibles herramientas para descubrir (y entender) los secretos detrás de los saques, voleas, liftados y cortados más imprevisibles del circuito profesional. Hay en este ensayo de Julien Faraut mucha fascinación por la plasticidad corporal, también por lo bien que se preserva la emoción de aquellos grandes partidos (como aquella final de 1984 en París, contra Ivan Lendl). Pero la película no se conforma con el estatus de cápsula del tiempo. Tiene claro que no es una retransmisión, sino una reflexión sobre el propio medio en el que se apoya. Todo queda inmortalizado y perturbado por la fuerza invasiva de la cámara, testigo y condicionante de un juego noble, sincero… pero sujeto al juicio de muchos ojos. Víctor Esquirol

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