Alba Cros (Les amigues de l’Àgata): Certain Women, de Kelly Reichardt.

Albert Alcoz (Espectro cromático, edición DVD Angular vol.1): Rameau’s Nephew by Diderot (thanx to Dennis Young) by Wilma Schoen (1974), de Michael Snow.

Alejandro Díaz (Ihesa): Safari, de Ulrich Seidl. Una película capaz de entusiasmar y emocionar por igual a animalistas radicales y a defensores a ultranza de la caza. El maestro Seidl en plena forma.

Andrés Duque (Oleg y las raras artes): The Masked Monkeys, del Colectivo OJOBOCA. Se trata de un ensayo fílmico sobre la eterna relación explotado-explotador, vista a través de una comunidad de monos y sus dueños artistas de calle en Indonesia. Es una película que sin duda volveré a ver.

Ángel Santos (Las altas presiones): Short Stay, de Ted Fendt.

Carla Andrade: (Untitled) Human Mask de Pierre Huyghe, Ának Araw de Gym Lumbera y Vivir para vivir de Laida Lertxundi.

Carlo Padial (Taller Capuchoc): Paterson, de Jim Jarmusch, y La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo. Jarmusch demuestra que la escritura de altura viene con fluidez, si afinas la mirada. (Leí hace unos días que la observación es cuántica. Y si observas con atención, no serán solo hermanos gemelos lo único que se te eche encima, la realidad cotidiana es un espectáculo desbordante). Y La próxima piel me parece una película excelente, llena de hallazgos, tan enigmática y profunda. Como espectador, me dejó con una indefinición muy misteriosa e incómoda. La mejor película española que he visto este año.

Cavalo-dinheiro-DEF

Carlos Balbuena (Cenizas): Caballo dinero, de Pedro Costa. Creo que Costa es el gran cineasta contemporáneo de las Ruinas. Y Caballo dinero, onírica y brutalmente hipnótica, la gran película sobre las Ruinas de la memoria.

Chema García Ibarra (Uranes, La disco resplandece): Mimosas, de Oliver Laxe. Por el misterio, el humor, la luz, el diseño de sonido, la verdad de los actores y la alegría de rodar.

Clara Roquet (El adiós): Toni Erdmann, de Maren Ade. Por la humanidad de sus personajes, la increíble rareza y originalidad del tono que consigue y porque es el retrato más profundo de una relación padre-hija que he visto en mucho tiempo.

Daniel V. Villamediana (Cábala caníbal): El hijo de Saul, de László Nemes. Si ha habido una película que ha sido capaz de hacer vivir una verdadera experiencia cinematográfica al espectador, en este caso un infierno y la mirada que lo construye, esta ha sido El hijo de Saul, extraordinaria también por su trabajo sonoro, capaz de reconstruir un momento histórico con una crudeza y una sensibilidad únicas.

Elena López Riera (Las vísceras): O Ornitólogo, de João Pedro Rodriguez, y La Rosière de Pessac, de Jean Eustache. Lo que más me ha impresionado este año con mucha diferencia fue una proyección del film de Eustache en 16mm, en la que primero se proyectó la película del 78 y después la del 68 como Eustache quería. Me impactó muchísimo asistir a esa experiencia de tiempo invertido, que nos obligaba a leer el 68 (¡el 68!) desde el 78, en un pequeño pueblo de la provincia francesa en el que se buscaban vírgenes virtuosas capaces de encarnar la figura de la Rosière. El tiempo fijado y a su vez maleable, la imagen brutalmente sencilla, desgarradora, los retratos… en fin, cine en estado puro.

Havarie

Eloy Domínguez Serén (No Cow on the Ice): Havarie, de Philip Scheffner. Película contundente, implacable, extraordinariamente compleja en su austeridad dispositiva. Scheffner recupera una grabación amateur de tres minutos y medio de duración y la dilata hasta una hora y media, en la que va agregando, frame tras frame, puñetazo tras puñetazo, incontables niveles de significación. Aplastante en su exposición política; admirablemente lúcida en su radicalidad metacinematográfica. También me gustaría aprovechar esta invitación para manifestar mi profunda admiración y gratitud a dos cineastas a cuya actitud y métodos me siento muy próximo: Ignacio Agüero y José Luis Torres Leiva. Como me da la gana 2, del primero, y El viento sabe que vuelvo a casa, del segundo, son películas de una inteligencia, sutileza y amor por el cine prodigiosas. Pero, ante todo, revelan una elogiable actitud ante la vida y ante los seres humanos.

Gabriel Azorín (Los mutantes): La puerta del cielo (Director’s cut) (1980), de Michael Cimino. Esta película no es una cima de la relación entre cine de autor y política de estudios en el Hollywood de los años 70 como podría serlo El padrino. No, esta película es otra cosa. Es como si Dziga Vertov y Jonas Mekas hubieran fusionado sus mentes y viajado en el tiempo hasta 1890 en el condado de Johnson para rodar la película más épicamente frágil que yo haya visto nunca. No se me ocurre otra explicación más cabal para, sobre todo, los 90 primeros minutos de esta maravilla. Yo la descubrí a raíz de la muerte de Michael Cimino y es mi película de 2016.

Gonzalo García Pelayo (Todo es de color):  Capturar, de Fernando Merinero.

Guillermo G. Peydró (La ciudad del trabajo): Europe, She Loves, de Jan Gassmann. Quizá el mejor retrato íntimo de la Europa de 2016, al borde del precipicio moral, económico, bélico. Cuatro parejas en crisis y las grietas de Europa en fuera de campo o recorridos fantasmales, de la vuelta de la extrema derecha a los campos de concentración.

Helena Girón (Montañas ardientes que vomitan fuego): Silueta sangrienta, de Ana Mendieta. Transformación, sangre, tiempo, carne, luz.

Isa Campo (La propera pell): Mimosas, de Oliver Laxe. Es un prodigio de belleza, épica y emoción. Conseguir lo que hacen Laxe y su equipo en un rodaje como imagino que debía de ser éste es un pequeño milagro. Me muero de ganas de ver publicados los diarios de rodaje que iba escribiendo el guionista Santi Fillol.

Isaki Lacuesta (La propera pell): Mimosas, de Oliver Laxe

J.A. Bayona (Un monstruo viene a verme): Cegados por el sol (A Bigger Splash), de Luca Guadagnino. La película que más me ha sorprendido este año. Es cine puro, un thriller sensorial, absorbente y muy anárquico que respira verdad por todos los lados. Me gusta muchísimo como el director toma constantemente decisiones nuevas en cada secuencia siempre de manera sorprendente. Y tiene cuatro interpretaciones de sus protagonistas que están entre lo mejor de sus carreras.

Beggars of Life (1928) Directed by William A. Wellman Shown: Louise Brooks, Richard Arlen

Jonas Trueba (La reconquista): Beggars of Life de William Wellman (1928). La película que más me ha tocado, inspirado y removido este año ha sido Beggars of Life. Es tal vez una de las primeras películas que trataron la Gran Depresión, o el viaje a ninguna parte de dos vagabundos, que roban comida para sobrevivir y van saltando de tren en tren a lo largo de la película. Está filmada con esa mezcla de virtuosismo y poesía que caracteriza muchas películas de Wellman, pero he decir que las circunstancias en las que pude disfrutarla fueron especialmente maravillosas: estaba en Sodankylä, Finlandia, participando en el Midnight Sun Film Festival, y fue allí donde proyectaron esta joya en una copia restaurada, en 35mm, dentro de una enorme tienda de circo llena hasta rebosar por más de mil personas. The Dodge Brothers y el pianista Neil Brand se encargaron de acompañarla musicalmente en directo. Habían estudiado la película meticulosamente durante semanas, habían interiorizado perfectamente el ritmo interno del montaje y se habían decidido por una interpretación valiente, inspirándose en el folk de los años 20, atreviéndose a cantar encima y atacando reiteradas veces un estribillo asombroso que convertía la película en algo aún más épico y para el alborozo de todos los allí presentes, que acompañábamos con las palmas, como si corriésemos también junto a los protagonistas en esa huida infinita hacia adelante. El hecho de que una película tan antigua pueda recobrar toda su fuerza y ser incluso más vibrante que en el día de su estreno fue toda una revelación para mí. La esencia del Midnight Sun Film Festival consiste en eso: entender el cine como un diálogo a través del tiempo. No existen fechas de caducidad, el cine es el arte del presente y las películas cobran vida en cada proyección. La emoción se palpaba en la carpa. Los pelos se me pusieron de punta varias veces. Pensaba: esta es ahora mismo la película más viva que se está proyectando en el mundo mundial.

Juan Barrero (La jungla interior): Silvered Water, Syria Self Portrait, de Wiam Bedirxan y Ossama Mohammed.

Julián Génisson (Esa sensación): Cosmos, de Andrzej Zulawski. Empieza a saco y ya como empezada (“a mitad del camino de la vida”, etc.), como un vagabundo chiflado que te agarra por banda para contarte sus movidas, y no te suelta hasta el final (varios finales) (el viejo verde se resiste a morir). Es agotadora, vandálica, histerizante y muy bella, aunque no precisamente bonita (creo que en la novela Gombrowicz dice algo así como que “hay cosas que un gentleman no puede ver sin dejar de ser un gentleman”). Mejor ver para creer.

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Laia Alabart (Les amigues de l’Àgata): Ahora sí, antes no, de Hong Sang-soo.

Laura Rius (Les amigues de l’Àgata): La academia de las musas, de Jose Luis Guerin.

Leire Apellaniz (El último verano): Elle, de Paul Verhoeven. El cineasta neerlandés combina géneros a sus anchas: retorcida, sexy, a ratos muy divertida, transgresora y definitivamente moderna.

Lluís Galter (La substància): Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!), de Richard Linklater.

Lois Patiño (Fajr – Tiempo vertical): El auge del humano, de Teddy Williams. Es la película más estimulante que he visto este año. Siento que es una película importante por la enorme libertad y apertura con la que está hecha a todos los niveles: cultural, moral, social… Pero sobre todo por su búsqueda de nuevas formas de expresión cinematográfica. Desde una aproximación atmosférica e íntima a la realidad adolescente en diferentes culturas, logra retratar momentos de una gran intensidad. La narrativa de la película, con saltos en el espacio y huecos en el relato, deja latente, a partir de estos espacios vacíos, un misterio que no busca resolver sino alimentar, para que la imagen, abierta por incompleta, quede vibrando en el espectador.

Luis López Carrasco (Han surcado el cielo centenares de palomas): I Had Nowhere to Go, de Douglas Gordon. Si para mí ¿Dónde yace tu sonrisa escondida? (Pedro Costa, 2001) formaría ya parte inextricable de la filmografía de Straub y Huillet, me siento tentado de considerar I Had Nowhere to Go como coda a la obra del propio Jonas Mekas. Sabíamos que la actitud poética y cinematográfica del artista lituano emana de esa herida fundamental que es el éxodo juvenil a través de la Europa devastada de la Segunda Guerra Mundial, pero esta película ancla más profundamente la biografía de Mekas como refugiado eterno, como cuerpo sin relato, como testigo dañado del siglo XX. La extranjería perpetua, las imágenes sin centro, la voz dubitativa, la memoria temblorosa, los instantes “sin tiempo” de alegría tendrán ya para siempre como origen común ese agujero negro sin imágenes que es el film de Gordon, el punto ciego de la exuberancia de Mekas. El cine es también una voz perdida en la oscuridad total.

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Manuel Fernández-Valdés (Angélica [una tragedia]): Nocturama, de Bertrand Bonello. Un película inmensa. Para meterla en un búnker y que los extraterrestres entiendan una época.

María Pérez Sanz (Malpartida Fluxus Village): La muerte de Luis XIV de Albert Serra. Porque consigue como nadie desdibujar la barrera realidad/ficción, intimidad/exhibicionismo, y lo hace además en dirección contraria a los cineastas de su tiempo

Marta Verheyen (Les amigues de l’Àgata): Sayat Nova (El color de la granada) (1968). Reestrenada este año por Capricci Cine.

Mauro Herce (Dead Slow Ahead): Caballo dinero, de Pedro Costa. También Bella y perdida, de Pietro Marcello, Leviathan, de Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel, y Oleg y las raras artes, de Andrés Duque. El mejor redescubrimiento: Candilejas, de Charles Chaplin.

Miguel López Beraza (With All Our Cameras): Las letras, de Pablo Chavarría Gutiérrez.

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Montxo Armendáriz: Paterson, de Jim Jarmusch. Por la sencillez con que refleja la grandeza de lo cotidiano. También quisiera reseñar In the crosswind de Martti Helde, que la he descubierto este año y me dejó noqueado por la originalidad de su puesta en escena para congelar el tiempo y convertir el horror en belleza.

Natalia Marín (New Madrid): Anomalisa, de Charlie Kaufman. Porque Kauffman hace lo más complicado, que es que algo parezca sencillo. Recuerdo Anomalisa como una implacable película de terror sobre lo cotidiano en la que esperanza y angustia conviven o se suceden en cada plano. Recuerdo ese final todavía más terrorífico que parece decir que si algo nos pasa a todos es que no debe de ser para tanto.

Nely Reguera (María (y los demás)): Paterson, de Jim Jarmusch. Por su belleza, por la forma de retratar la vida en su rutina, sencillez y belleza, por su sentido del humor y por la reflexión que plantea sobre el proceso creativo.

Norberto Ramos del Val (Amor tóxico): Capitán América: Civil War, de Anthony Russo, Joe Russo. Porque es justo el tipo de película con la que yo soñaba de niño cuando me montaba mis batallas con los clicks, leyendo todos los tebeos que pasaban por mis manos. Cada vez que oigo a alguien quejarse de la proliferación de películas de superhéroes me pregunto seriamente si alguna vez ha tenido infancia.

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Pablo Hernando (Esa sensación): The Neon Demon, de Nicolas Winding Refn.

Ramón Lluís Bande (Vida vaquera): Correspondencias, de Rita Azevedo Gomes. Una película que busca constantemente la manera en la que expresarse a sí misma, encontrando en esa búsqueda uno de los caminos más atractivos del cine del presente. Un ensayo cinematográfico fascinante que, desarrollando un juego dialéctico entre diferentes tiempos, nos invita a reflexionar (también) sobre nuestro(s) presente(s).

Rubén García López (Tres caminos a Cádiz): Teenagers, de Jorge Núñez.

Samuel Alarcón: Tempestad, de Tatiana Huezo. Por ser uno de los trabajos mexicanos que utilizan el documental experimental para la denuncia político-social de su país. Excelente el trabajo con los testimonios verbales y su rima en asonancia con las imágenes. La síntesis funciona en capas de lectura que generan ideas en la senda del cine-ensayo.

Samuel M. Delgado (Montañas ardientes que vomitan fuego): From the notebook of… de Robert Beavers. Investigación, precisión… Cine libre.

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Santos Díaz (A liña política): Eldorado XXI, de Salomé Lamas. Enfrentándose a la vastedad del paisaje y a la crudeza del tema, me sorprende la inteligencia y valentía con la que la película extrae de su radical sinécdoque cinematográfica una experiencia fascinante y alucinógena. La vi dos veces en el pasado festival de Sevilla.

Sergio Oksman (O futebol): Mimosas, de Oliver Laxe.

Velasco Broca (Nuestra amiga la luna): La tumba de Bruce Lee, de Canódromo Abandonado (2013). Un acontecimiento enorme. He visto otras películas españolas más recientes pero ninguna a su altura.

Virginia García del Pino (La décima carta): La reconquista de Jonás Trueba. Me gusta porque no es cool y precisamente por eso me parece una obra sincera.

Xacio Baño (Eco): El porvenir, de Mia Hansen-løve. Para mi gusto, es la película de este año que mejor trata lo que somos: tiempo.

Xurxo Chirro (Jeanette): Isabella Morra, de Isabel Pagliai. Cortometraje inspirado en una obra de teatro trasladada a una barriada de una ciudad del norte de Francia. Posee una puesta en escena entre estructuralista y no reconciliada donde vemos, con extraño estupor, a niños hablar y actuar como adultos. Una propuesta muy sorprendente con resonancias a la fotografía de Jeff Wall y a cierto batiburrillo de géneros carpenteriano.