La ópera prima de François Truffaut figura como una de las grandes, y ya eternas, películas sobre el “coming of age”, la transición entre infancia y juventud, el proceso de maduración en el que los niños dejan de serlo para asomarse al abismo de la vida adulta, buscando, si es posible, su lugar en el mundo. Y así, la película de Truffaut se aparece imprescindible en su retrato, en formato panorámico, de un joven solitario (y solitario aparece en muchos de los encuadres) que se enfrenta a su vida adulta, que camina, que pasea, que huye, hasta encontrarse a sí mismo en una mirada a cámara eterna.

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