Los exiliados románticos, que supone un paso más en el proceso de liberación de su director: renunciando al rodaje en 16mm de su segunda película, y con muchos menos medios, si cabe, Jonás Trueba encuentra en las estrechez el camino de la ligereza y la gracilidad. O la libertad a través de las limitaciones. La película cuenta el viaje veraniego de un trío de amigos que deciden lanzarse a la carretera para resolver sus problemas sentimentales. Poco importa si lo conseguirán o no, porque el cine de Trueba, cada vez más, no se fija en las tramas, sino que, como la vida que cada vez se respira más entre sus imágenes, es incompleto, inacabado, fragmentario, y la felicidad no está en las resoluciones sino en el camino y sus canciones. Si Los ilusos era una película construida en el montaje, a base de enlazar fragmentos de un rodaje intermitente, Los exiliados románticos parece una película construida sobre la marcha, en el propio rodaje, escribiendo, casi de forma literal, con la cámara y los actores. GdPA

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