Las películas mostradas en el X Punto de Vista, Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, basculan entre la revisión del pasado desde la oportuna distancia histórica y la escritura de la crónica del tiempo presente. No obstante, la disección de ambas temporalidades coincide plenamente en la vocación crítica a través del gesto. “El poeta Rainer Maria Rilke decía que la ‘profundidad del tiempo’ se manifiesta en los gestos humanos más aún que en los vestigios arqueológicos o los organismos fosilizados. El gesto es un ‘fósil en movimiento’, a la vez huella del presente fugaz y del deseo donde se forma nuestro futuro”, escribe Georges Didi-Huberman.
Con gestos humanos Jakob Brossman configura la cartografía de la pequeña isla de Lampedusa, donde el drama de la migración convive desde hace veinte años –los continuados naufragios desde entonces se han cobrado millares de vidas– con la falta de recursos a la que Europa somete a sus habitantes. La desesperada llamada de auxilio desde una embarcación de migrantes en alta mar que abre Lampedusa in Winter, sin más imagen que la voz anónima parece augurar un riesgo estético que no se materializa. Es cierto que Brossman se ciñe en su ópera prima a las formas del reportaje periodístico (busca al personaje y la cámara es testimonial), pero lo hace con una tendencia a la relectura: muestra a las diferentes partes, la implicación de los vecinos con los refugiados e incluso se permite cierta ironía al cuestionar el papel de los medios de comunicación. La película sitúa al espectador justo después del terrible naufragio del 3 de octubre de 2013 que volvió a poner a la isla en el foco mediático, sin embargo juega con la atemporalidad del lugar: la constante espera que viven sus habitantes –pendientes del deficiente servicio de ferry que une la isla con Sicilia–, y la de los inmigrantes rescatados, obligados a permanecer durante meses en un centro de refugiados. Todos quedan retratados desde la misma distancia neutral, sin sentimentalismos. Ninguna parte es libre, todos están sometidos a la voluntad de Europa, a la que por cierto Brossman dedica, con ironía, la película.
De un gesto más cinematográfico se vale José Luis Guerin en el mediometraje Le Saphir de Saint Louis para hacer suya una pieza de encargo sobre la catedral de Saint Louis, ubicada en la localidad francesa de La Rochelle. Al estilo de los primeros documentales de Alain Resnais –sobre todo, como el mismo Guerin indicó tras la proyección, a Toute la mémoire du monde (1956)–, la voz en off conduce el relato histórico desde la majestuosidad del campanario medieval, hasta el interior de la capilla de exvotos, guardiana de otra memoria, la del barco esclavista cuyo nombre da título a la película. Con el mismo tono crítico (y un punto de humor bien dispuesto) con el que Resnais filmó la Biblioteca Nacional de Francia, Guerin detecta en un cuadro que testimonia los más de 130 días que pasó el Saphir en alta mar por falta de viento en 1741 –con 30 tripulantes y 270 esclavos a bordo– las huellas del pasado colonial de Francia. Tramo a tramo, Le Saphir de Saint Louis vira hacia la revelación de una incógnita, y demuestra el poder de una imagen como indicio de un momento histórico: las revueltas de 1791. Cada gesto capturado (y descubierto) en la pintura permite a Guerin especular magistralmente sobre la representación del instante previo, y finalmente hace visible esa tensión dramática que el rigor histórico niega.
Sin la adecuada distancia temporal, los autores de Mira, mi rey, Ainara Vera y Victor Kossakovsky, pidieron al público fe para comprender la relevancia de su obra como documento histórico. Presentada como la primera parte de una trilogía, Mira, mi rey contrapone el audio del discurso de Felipe VI durante su coronación frente al Senado a la imagen registrada el mismo día en la calle Zapatería de Pamplona. La sencillez de la idea contrasta con la complejidad técnica del procedimiento. Las conversaciones de los transeúntes se silencian (aunque en ocasiones aparecen de forma puntual) en pos de las palabras del monarca, mientras la cámara gira para testimoniar la falta de interés o desconocimiento de la coronación entre los pamploneses. La película interpela al espectador a reflexionar sobre ese diálogo imposible que se le plantea. Una crónica del presente que aspira a recoger aquel instante previo al momento histórico. Aunque, como repetían Vera y Kossakovsky tras el pase, es necesaria la espera, la distancia temporal que demuestre (o no) el valor del gesto capturado, su condición de fósil en movimiento.