Low Life, de los franceses Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval (autores de la inmensa La cuestión humana), demuestra que los más grandes autores conservan todavía la convicción de que el cine puede cambiar el mundo, o al menos exorcizar sus males haciendo las veces de espejo deformante de la realidad. Para empezar, digamos que Low Life no es una película fácil. Algunos de sus personajes (unos jóvenes bohemios, muy franceses, que juegan a ser mártires de su tiempo) no están ahí para ganarse nuestra simpatía, sino para funcionar como objetos volátiles, golpeados por los remolinos del mundo real y la historia del cine (se verán atrapados en un cruce imposible entre el cine de Jean Eustache, Philippe Garrel, Robert Bresson, ¡y Jacques Tourneur!). Los chicos intentan reeditar los disturbios y la sublevación del Mayo del 68, pero la realidad es que no son ni tan atractivos, ni tan revolucionarios, ni tan drogadictos como sus antecesores. La pose rebelde, cool y aletargada de los jóvenes antisistema de hoy necesita de un puñetazo en el estómago para reaccionar… y Klotz y Perceval se lo propinan a través del personaje de un joven africano acosado por las políticas anti-inmigración del gobierno de Nicolas Sarkozy. Manu Yáñez

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