Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

El Forum es, con pocas dudas, la sección más en forma de la Berlinale. Ahí encontramos, por ejemplo, Victory Day, donde Sergei Loznitsa, observador silente pero elocuente, sigue preguntándose por el sentido que le damos, como sociedad, a nuestro patrimonio histórico y cultural. Retomó así las tesis expuestas en su último documental hasta la fecha: Austerlitz. Si allí recurría al blanco y negro para dejar constancia de la banalización del horror del pasado –en aquel caso, a través de un antiguo campo de concentración nazi reconvertido en atracción turística–, aquí abraza todo el espectro cromático para retratar los actos conmemorativos de una efeméride con 72 años de edad: la victoria del Ejército Rojo sobre el Tercer Reich. Triunfo pretérito y promesa de futuro a la vez.

Loznitsa planta la cámara en el Treptower Park de Berlín, monumento soviético gigantesco; especie de mausoleo que, eso sí, cada 9 de mayo rebosa vida. La película retrata un final de peregrinación mediante una serie de postales conjugadas por el montaje de sonido y por la congregación de una marea humana: hordas de gente venida desde todos los rincones de la zona de influencia de la antigua URSS. La ausencia de títulos explicativos, voz en off o entrevistas, no priva al cineasta ucraniano de expresar sus opiniones respecto a una festividad y un sitio cargados de simbología.

La historia obviamente trae cola y, hasta hoy, despierta lecturas contradictorias, una muestra del modo en que evoluciona nuestra consciencia colectiva y, al mismo tiempo, nos aferramos a imágenes idealizadas. Da la sensación de que Loznitsa pone distancia (crítica, satírica) con el objeto de estudio, yendo a buscar escenas pintorescas (de por sí cómicas), negándose a cambiar de punto de vista por mucho que en algunos momentos el cuadro quede absurdamente perturbado por elementos intrusivos (un visitante repara en la presencia de la cámara y se acerca lleno de curiosidad, devolviendo la mirada al espectador). Al mismo tiempo, el cineasta no puede evitar embriagarse del ambiente festivo del entorno: en un momento determinado, renuncia a su observación estática para danzar, con la mirada, al ritmo de Katyusha, esa canción folk convertida ahora en himno pop.

La vieja gloria militar es el motor principal de esta celebración, pero también lo es el hermanamiento de pueblos y generaciones bajo el recuerdo de un pasado que ahora parece mejor. Cosas de la nostalgia, y de un presente que, para ser justos, no invita demasiado al optimismo. Loznitsa combina constantemente imágenes de la iconografía bélica, omnipresente en Treptower Park, con las emociones humanas que se pasean por ella mientras tratan de darle sentido. El ayer y el hoy transmiten sensaciones distintas, pero comparten campo y, en última instancia, un orgullo herido. El de la victoria que con el tiempo se convirtió en derrota.