Hay películas que tienen el poder de cambiar nuestra manera de entender el cine. En ese sentido, Milestones podría considerarse el film definitivo sobre la pérdida de la inocencia. Y no solo porque en ella esté contenida la amarga, melancólica y luminosa resaca de la utopía hippie –retratada a través de un mosaico de la vida marginal yanqui de mediados de los 70–, sino también porque las imágenes tomadas por Robert Kramer y John Douglas permiten dejar atrás la idea naïf de la “objetividad documental”. Antes que Pedro Costa y después de Robert Flaherty, los autores de Milestones entendieron que, para acercarse a lo real, no bastaba con plantar la cámara delante de la realidad, sino que había que moldearla, instigarla, también manipularla. Milestones tiene tanto de documental como de ficción: los hombres y mujeres a quienes se nos invita a comprender se interpretan a sí mismos en escenas guionizadas. Pero un parto –el más crudo y maravilloso jamás mostrado en cine– no se puede coreografiar; como tampoco se puede ficcionalizar el horizonte de la mortalidad que se dibuja en el rostro de una anciana. MY

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