Júlia Gaitano (Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria)

Es probable que el nombre de Kinuyo Tanaka le resulte ligeramente familiar al lector cinéfilo, sobre todo por su labor actoral a los órdenes de algunos de los más grandes directores japoneses del s. XX. Desde Kenji Mizoguchi (en Los cuentos de la luna pálida) hasta Yasujiro Ozu (Flores de equinoccio), pasando por Mikio Naruse (A la deriva) o Akira Kurosawa (Barbarroja), todos ellos contaron con la legendaria actriz en uno u otro momento de sus filmografías, varios de ellos repetidas veces. Lo que no es tan conocido es el hecho que la propia Tanaka llevó a cabo hasta seis largometrajes como directora… ¡en menos de 10 años! Lo resaltaba la investigadora Irene González-López, especialista en la figura de Tanaka, que se encargó de presentar y conducir el coloquio posterior a la primera proyección de La luna se levanta (1955) en el Festival de Las Palmas; en realidad, se trata de la segunda película como realizadora de la actriz, tras su debut en 1953 con Carta de amor. En cuanto al film, si bien no puede considerarse especialmente destacable a nivel argumental o sociológico, ya que se encuentra arraigado en un cierto conservadurismo que incluso en sus tiempos empezaba a quedarse atrás, sí que despunta en otros aspectos. Siendo la única mujer directora en Japón durante los años 50, sorprende su atrevimiento formal, que en La luna se levanta es incipiente, pero que iría evolucionando a lo largo de la década.

“La luna se levanta”.

En Las Palmas también puede verse un segundo film de Tanaka restaurado, The Eternal Breasts, también datado en 1955. La luna… arranca como si de una obra de Ozu se tratara. No en balde el director de Cuentos de Tokio fue uno de los apoyos más relevantes que tuvo la directora en esta nueva faceta. Pero es que, además, en La luna.., Tanaka llevó a la gran pantalla un guion firmado por el propio Ozu, descartado unos años antes por complicaciones en la producción. En manos de la cineasta, lo que comienza como un ejercicio a la Ozu con toques del melodrama medio cómico que podría hacer pensar en Naruse, acaba despegándose de cualquier referente previo para proponer nuevas formas. En La luna…, se cuenta la historia de tres hermanas (o más bien, dos hermanas de sangre y su cuñada viuda, que vive con la familia y con la que no se llevan muchos años) y sus líos amorosos y vitales. La menor de ellas, Setsuko, una prácticamente debutante Mie Kitahara, se convierte en la absoluta estrella del espectáculo. Con una actitud digna de la Emma que salió de la pluma de Jane Austen, Setsuko se propone emparejar a su hermana con un amigo de la familia. Por el camino, evidentemente, también acabará descubriendo los entresijos y anhelos de su propio corazón. Estos no le serán tan fáciles de gestionar como los ajenos. La actuación de Kitahara como Setsuko es deliciosa y desacomplejada. Es cuando la cámara la sigue, intentando capturar su energía desbordante, que la película encuentra su emancipación. Se libera, por ejemplo, de los reconocibles “tatami shot” (planos tatami) para perseguir asimetrías, imágenes del aire libre y movimientos de cámara más desenvueltos.

A pesar de ello, no acaba de darse un paso más allá a la hora de desarrollar personajes femeninos igualmente emancipados, quizás debido a la autoría masculina del guion, o quizás por falta de perspectiva de la directora en su momento, quién sabe. En todo caso, los pasos que se dan adelante con el atrevimiento de Setsuko, la forma en que sus hermanas consiguen abrir su corazón, o que sea su propio padre (interpretado por el legendario Chishu Ryu) quién les anime a hacerlo, son desde luego progresos en la representación del romanticismo. A pesar de que algunos de esos pasos acaban retrocediendo por el desenlace conveniente y conservador, La luna… sigue resultando una propuesta muy entretenida y refrescante.

“Mujeres en la isla”.

Así como Tanaka estuvo en la sombra de tantos otros directores de su contemporaneidad y ahora se está realizando una tarea de recuperación y restauración de su obra, hay otra pieza en la programación del Festival de Las Palmas que se dedica a desenterrar figuras femeninas importantes a nivel cultural y social. Lo firma la grancanaria Macu Machín y se titula Mujeres en la isla: las otras hijas del Mestre. Se cuenta en ella la historia de una serie de pioneras en el mundo del arte y el espectáculo en las Canarias, concretamente en la isla de Gran Canaria. Nombres como los de Paquita Mesa, Marisa Padrón o Lola Massieu refulgen con fuerza en un contexto muy complicado de la Historia de España. Privadas de su libertad expresiva, tuvieron que encontrar sus propios caminos, en muchos de los casos sin llegar a salir de la Isla. En otros, desde un exilio peninsular, siendo faros de inspiración para tantas otras. Mientras tertulias y revistas eran suspendidas, estas persistentes artistas encontraron la forma de resistir, consiguiendo mantener vivo el arte canario más allá del franquismo. Macu Machín recupera una cantidad inestimable de material de archivo, muy valioso, y se encarga de que todos los nombres tengan su momento de gloria en el metraje. El resultado es, probablemente, un poco más disperso y menos contextualizado que lo intencionado. El hilo entre una y otra mujer queda embrollado en una narración que no siempre rema a su favor. Aun así, la tarea de Machín es encomiable, y ayuda sin duda a poner todas estas figuras dentro del panorama artístico nacional, así como entender el alcance de sus proezas.