Laura Carneros (Festival de Málaga)

HASTA QUE LAS NUBES NOS UNAN, GUARDIOLA – DIOLA. Lluís Escartín Lara. 64 minutos. España, Senegal (2019). DOCUMENTALES SECCIÓN OFICIAL

En Guardiola, un municipio catalán de abundantes viñedos, ya no se canta cuando los vendimiadores recogen la uva. Sin embargo, para los Diola, un grupo étnico que habita mayormente en diferentes regiones de Senegal, esta práctica es tan física y necesaria como las propias manos para trabajar. El realizador Lluís Escartín se pregunta qué se ha perdido por el camino, si es el progreso quien deshumaniza el trabajo y silencia poco a poco la identidad cultural. El germen de la cuestión nace para Escartín de una inquietud personal, movido, quizá, por la propia melancolía: “En mi pueblo, donde antes se cantaba trabajando y mis hijas cantaban cuando iban con los vecinos a cosechar la uva, todo esto se ha perdido a una velocidad vertiginosa. Es un tema que hablé con el vecino que aparece al principio, y esto, con la muerte de personas allegadas en poco tiempo y una serie de circunstancias personales, me llevó a plantearme el proyecto. No había un guion, ha sido más como explorar un problema filosófico o existencial con una cámara”.

Las imágenes que Escartín registra de un lado y otro presentan una dicotomía visual muy clara: los colores cálidos y la luminosidad propia del continente africano contrastan con los paisajes nevados y el cielo nuboso de Guardiola en invierno. El encuadre que predomina cuando nos acercamos a los protagonistas de la tribu es cerrado, mucho más íntimo y visceral que aquellos más distantes, correspondientes al pueblo del realizador. Los planos generales que muestran los paisajes de la región senegalesa sirven en algunas ocasiones para escenificar lo difícil que supone vivir en un lugar paradisiaco: los Diola, cuando tienen que cruzar el río Casamance, deben cuidarse de la amenaza de los cocodrilos. Esta problemática, impensable para los vecinos de Guardiola, que no tienen que enfrentarse a depredadores, por ejemplo, obliga al grupo a trabajar en equipo. Igual sucede a la hora de cosechar el arroz: las mujeres, bajo un sol extenuante, encuentran en la música una herramienta más, forjada, como puede deducirse, de la hermandad necesaria que han de mantener para organizarse eficazmente.

El montaje jugará un papel fundamental a la hora de contraponer estas dos realidades y, de algún modo, acercarlas a través de sus diferencias para tratar de encontrar en qué punto estos grupos, culturalmente distintos, perdieron el vínculo primigenio que una vez compartieron. Así, las posibles causas de esta deshumanización aparecen sugeridas mediante contraste: el trabajo manual frente a la utilización de maquinaria, o la melodía de una radio tras una escena de cantos africanos. La segunda parte del documental se centra en la celebración de un funeral, una despedida multitudinaria a un miembro de los Diola donde las voces toman aún más fuerza. Se antoja, este cierre, como un homenaje a los cantos populares muertos, a la tradición desaparecida en Occidente que aún los vivos pueden invocar.

LA FILLA D’ALGÚ. Marcel Alcántara, Júlia De Paz Solvas, Sara Fantova, Guillem Gallego, Celia Giraldo, Alejandro Marín, Valentin Moulias, Gerard Vidal, Pol Vidal, Enric Vilageliu, Carlos Villafaina. 72 minutos. España, (2019). ZONAZINE.

Eli (Aina Clotet) comienza el día de manera asfixiante, los primeros planos claustrofóbicos de La filla d’algú encierran a su personaje principal en una trama que ella ignora por completo y tratará de conocer al mismo tiempo que el espectador, quien, además, debe descubrir qué ha desencadenado la crisis que su protagonista trata de solventar de manera desesperada. La nube de polvo provocada por este comienzo in medias res tarda en dispersarse. Por un lado, Eli trata de gestionar improvisadamente la ausencia de su padre en un juicio, pero no queda claro si es él la persona imputada o si ejerce como abogado, ya que ambos trabajan en el mismo bufete. Por el otro lado, Eli comienza su búsqueda en el momento en que su padre no contesta a sus llamadas, enredándose, así, en una investigación que ofrece pocas respuestas. La interpretación notable de Clotet, y los recursos formales propios del thriller, tales como el uso de la cámara en mano o los encuadres reducidos, apenas mantienen la tensión pretendida en La filla d’algú, que se presenta como un proyecto colaborativo de 11 directores cuyo interés reside en su impecable realización y montaje. Un trabajo que respalda formalmente a sus directores en el salto a la industria cinematográfica, pero cuyo peso dramático no permite acabar de conocer sus verdaderas inquietudes como realizadores.

7 RAZONES PARA HUÍR. Gerard Quinto, Esteve Soler, David Torras. 75 minutos. España, (2019). LARGOMETRAJES SECCIÓN OFICIAL

Como una lista actualizada de los siete pecados capitales, 7 razones para huír recopila, en siete sketches, diversas situaciones vergonzantes que satirizan nuestra realidad social más próxima. Sus protagonistas, quienes huyen por norma general de una situación de peligro de muerte, representan teatrillos contenedores de moralejas. En ellos, no faltarán monólogos (que caen como sermones) como el de Pepe Viyuela, quien critica los abusos de la industria de la moda y expone con detalle las prácticas del consumidor que ayudan a perpetuar la desigualdad; o el de Aina Clotet, cuyo personaje justifica, Manifiesto comunista en mano, por qué es aconsejable dejar morir a un hombre atropellado. Estas pequeñas y eternas diatribas, puestas en boca de un solo personaje, acentúan la artificiosidad del conjunto. Así, en un tono de humor negro, caerán castañas contra los diversos modos de hipocresía y egoísmo que el ser humano practica. Cada protagonista deberá enfrentarse a aquello que hasta el momento ha ignorado, y que constituye un pilar fundamental sobre el que se sostiene su vida acomodada. Así, un matrimonio de ancianos tendrá que gestionar la presencia en su salón de un niño africano que los mira en silencio demandando la responsabilidad que se les presupone como ciudadanos de Occidente; una banquera mantendrá la conversación que no tuvo con un desahuciado suicida; y un diseñador intentará convencer a sus trabajadores chinos de por qué deben conformarse con trabajar en condiciones infrahumanas. Si bien la intención final que se deduce de toda esta recopilación es ofrecer un retrato crudo de la realidad contemporánea, de denuncia, quizá sus autores se exceden con la mano dura, ahogando así la posibilidad de que el espectador pueda reírse de sí mismo o sus miserias. Este es el caso, por ejemplo, de la razón número seis, en que una mujer deja morir a un hombre solo por hacerse un selfie con su cadáver. La situación, tan grotesca y caricaturesca como sentenciosa, ahoga cualquier posibilidad de identificación propia o ajena, relegando el episodio a la condición de viñeta insondable.

OJOS NEGROS. Marta Lallana, Ivet Castelo. 65 minutos. España, (2019). ZONAZINE

Asistir a una película situada en el tiempo de verano, con protagonistas adolescentes, es como iniciar un viaje de vuelta a las zonas rurales del pasado: el terreno es conocido, pero nadie sabe si esta vez será tan emocionante como en ocasiones anteriores. El éxito dependerá de quien conduzca, de su capacidad para recrear una experiencia personal tantas veces contada, con una perspectiva propia que a su vez de cabida a vivencias ajenas. El primer largometraje de Marta Lallana e Ivet Castelo, principales directoras de Ojos negros, resulta familiar tanto en forma como en contenido. Es imposible no citar referentes que quedan en casa, como Verano 1993, de Carla Simón, por su temática, poética visual y tempo aplicado al relato; o el plano de apertura de La Reconquista, de Jonás Trueba, en el que Manuela lloraba al releer una carta del pasado, como Paula lo hará al inicio, cuando oye a sus padres discutir; o incluso su plano final, que casi recrea Los 400 golpes de Truffaut. Gestos cargados de memoria cinéfila que podrían llevar a entender Ojos negros como una suma de recursos propios del cine autoral surgido de la factoría Pompeu Fabra. Sin embargo, hay una sinceridad en la propuesta que compensa el uso de cualquier préstamo cinematográfico. La historia de Paula, una adolescente desubicada que pasa por primera vez el verano en el pueblo de su madre, se compone de incomodidades: es palpable el sentimiento constante de impertinencia o el pudor que puede sentir una niña cuando se relaciona con sus familiares más lejanos. El tema de la muerte, de la pérdida, impregna toda la cinta, ya que de manera metafórica o literal los acontecimientos que suceden en la vida de Paula la obligan a crecer, a cambiar de etapa, a madurar sentimentalmente con cada punto y aparte.

La relación que mantiene la protagonista con el resto de personajes resultará fundamental para ahondar en la personalidad de una niña que apenas habla. Cada interacción aporta una tonalidad distinta. El vínculo con su abuela, una mujer a la que no conoce pero por la que siente una compasión casi culpable, resulta de una ternura dolorosa, capaz de reflejar esa impotencia comunicativa que a veces se produce entre generaciones. El papel de su tía, quien cuida de la abuela y sacrifica su vida por ella, señala una situación demasiado común entre mujeres que raramente es representada en el cine y que, por ejemplo, Meritxell Colell abordó en Con el viento. Por último, la complicidad con Alicia, su única y mejor amiga, es oscura a la vez que luminosa. Su media sonrisa contiene el carácter travieso y provocador de las malas influencias, pero también de aquellas amistades intensas y sinceras, forjadas en los veranos más solitarios y tristes que idealizamos con el paso de los años.