Hace muchos años, el pamplonés Pablo Iraburu, pronunció una frase en una charla a propósito de cine documental que sirve para explicar a la perfección toda su filmografía: “Yo hago películas en lugar de empuñar armas”. La similitud entre la cámara cinematográfica y un fusil, no en vano ambas se disparan, va más allá de la posición del cuerpo, y terminan por asimilarse en la posición de ataque respecto al mundo. Muros, su segundo largometraje documental rodado junto al también pamplonés Migueltxo Molina, es un buen ejemplo de ese documental que se entiende como un arma para cambiar el mundo, o al menos, intenntarlo. Heredero de una larga tradición de documental social, Muros, es, sí, un documental de denuncia, tan denostados últimamente por los adalides del documental de autor, es decir: una película que no tiene pudor en inscribirse en el mundo y plantar cara a las cuestiones que le preocupan. Y lo hace cinematográficamente: escogiendo personajes en proceso de saltar un muro en busca de un mundo mejor en el que las imágenes, como las de la película, no necesiten estar partidas en dos. GdPA

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