La relación padre-hijo, la crisis de la adolescencia y los paisajes patagónicos en invierno parecen ser tres constantes del cine argentino que Natalia Garagiola combina con rigor, inteligencia y sensibilidad en su primer largometraje. Nahuel (Lautaro Bettoni) acaba de sufrir la muerte de su madre y no encuentra la manera de canalizar la angustia, el vacío y el dolor. Apenas se comunica con el segundo marido de la madre (Boy Olmi) y la situación es tan tensa e inestable que se verá obligado a viajar a San Martín de los Andes, donde vive su padre (Germán Palacios), a quien no ve desde hace una década. La rebeldía adolescente y el deseo de romper los límites son descritos por la guionista y directora con una bienvenida economía y austeridad. Los diálogos son mínimos porque bastan ciertos gestos, actitudes o simplemente pequeños detalles para exponer en toda su dimensión las contradicciones tanto del padre como del hijo, así como sus incapacidades y frustraciones. Para la construcción de ese universo de violencia contenida es fundamental el contexto geográfico y un cierto sustrato antropológico. Los elementos juveniles son los habituales en estos relatos de iniciación, reconciliación y redención, pero Garagiola los maneja (al igual que herramientas formales como el plano secuencia) con una madurez poco frecuente para una cineasta debutante. El resultado es una fascinante y al mismo tiempo desgarradora incursión en ese universo tan desconcertante e inasible como el de la dinámica adolescente. Diego Batlle

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